miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mi mejor amigo:
Me dispongo a salir yo solo, al monte, es el ocho de diciembre lunes del año dos mil treinta y uno, en este momento tengo sesenta y cinco años, la mañana fría, nublada, serian las siete y treinta minutos siempre en tiempo solar, calenté un café en el viejo pote portugués de medio litro de capacidad, lo teñí con una pequeña cantidad de leche de aquella marca tan conocida que llevaba, los mismos años envasando leche que yo tenia de existencia, lo regué con un chorro abundante de aguardiente u orujo, que lo aromatizó con un sabor afrutado.
Arranque el viejo tractor azul, previamente avía sacado de aquel garaje-trastero, el remolque pequeño, ya que el grande solo lo empleaba para recoger el abono en el verano, y la leña en el invierno.
Los perros saltaron automáticamente en el interior de dicho remolque, conduciéndolo hasta la puerta que situada al este de la vivienda daba a aquella carretera que unía la población con la autovía  A11.
Tome dirección norte después de cerrar la puerta con lleve, que distinto de aquellos años de mi juventud, que las puertas tenían “postigos” (cada una de las muertecillas o tableros  sujetos con bisagras a un marco de una puerta).
La velocidad media de diez kilómetros hora, me acercaron en un periquete al lugar donde decidí ponerme a cazar.
Lance para arriba lance para abajo,  a la hora de la comida llevaba dos conejos apielgados.
Como avía comido en la parte derecha de la falla, que en aquel lugar transcurría de este a oeste me dirigí hacia el sol, serian las dos de la tarde hora solar, y en aquel monte de retamas y/o escobas, en un momento dado salto un raposo, tardando un total de hora y media en poderlo abatir, en aquel cortafuegos, pero el animal no quedo muerto en él, pues a unos cuarenta metros le dieron alcance dos de los tres perros machos, cuando llegue al animal era una alforja,   (tira de tela que se dobla por la mitad formando dos bolsas grandes y cuadradas que sirven para transportar una carga).
Volviendo a pasar por el monte de retamas, me situé en  la cúspide de la ladera oeste de aquella vaguada, (parte mas onda de un valle por donde discurren las corrientes naturales), que situada de sur a norte, vertía las aguas en el pantano.
En aquel momento la perra vieja ladro, un ladrido frió,  y a los diez minutos  otro,  luego los ladridos fueron acortando el espacio en el tiempo, primero cinco minutos, luego minuto y medio hasta que de repente fueron tan seguidos que no daba tiempo a medir el intervalo de los mismos, los compañeros de la perra vieja, salieron tras la pieza y este que os cuenta la historia se preparo, escopeta en ristre, pero el astuto animal el muy zorro al llegar a la esquina del cortafuegos con aquella tierra  desbrozada, asomo la cabeza despacio, con picardía, localizando a este humilde cazador en la parte derecha del mismo, el disparo sonó, la explosión del cartucho de treinta y seis gramos sonó fuerte y el animal se dejo de ver, pero los perros salieron tras el otras dos horas llegando a la puesta de sol serian las seis de la tarde hora solar.
La noche después de llegar a casa, y echarle una lata de croquetas de pienso de alto rendimiento a queda una de los animales, incluyendo a los cachorros, transcurrió, normalmente, después de cenar este contador de historias, viendo aquel programa de imitaciones de cantantes que emitían por televisión, tomo un cubalibre “casero” marcho para la cama, seria la una y treinta minutos, empezaba a llover tímidamente.
Los sueños, unos tras otros fueron viniendo a mi mente, la lluvia arreciaba, la garganta se secaba, y el agua siempre al lado de la mesita de noche, menguaba de  volumen, y se repetían los sueños, demonios, monstruos, bichos de siete cabezas, en aquellos momentos todo lo atribuí al alcohol,  “Iluso de mi”, de pronto él tiro de mi, lo vi en la penumbra, canelo, venia a mi y me tocaba aquel palmo de cola que tenia, alegre y contento, diciéndome con sus saltos cómicos,  que lo siguiera, me vi tumbado en aquella habitación,  situada al oeste de la pequeña casa, deje el cuerpo, mi cuerpo, y abandone la habitación, nos dirigimos al servicio, me asome por la ventana y de pronto lo vi todo claro, como de una película de cine en “cámara lenta” se tratase recorrí el espacio en dirección contraria asta que mi mente y mi cuerpo se volvieron a encontrar.
Y de repente lo oí, ladraba en intervalos de tres ladridos, con un tiempo de unos dos minutos, me vestí, y me dirigí asta el supuse que todo havia sido un sueño, cuando llegue a el sus ojos me miraron, como si no me conociese, el animal estaba confuso, en breves minutos la dificultad para sujetarse en pie, era evidente, la perdida de equilibrio, empezó por las patas traseras y en breves minutos también las delanteras perdieron su fuerza quedando el animal echado en aquel suelo mojado por el chaparrón que en aquel momento caía.
Los ladridos fueron distanciándose en el tiempo.
La visión no se pero al parecer, tenia problemas, dejo de enfocar, su labios inferiores, dejaron de tener consistencia, el babeo empezó a ser constante.
Alrededor de las diez de la mañana siempre hora solar de aquel día lluvioso, el animal me miro, se intento poner de pie y dejo de respirar.
La autopsia del veterinario dio por conclusión un derrame, a causa del sobre esfuerzo del día anterior, y fue trasladado por el camión de recogida de animales, yo me dirigí a echarle de comer a los compañeros del pobre, que continuaban con vida, entre estos, un cachorro hijo de este, que tenia muchas esperanzas, puestas en el.
Pero esta ya es otra historia.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Todo parecido con la realidad es pura coincidencia:
Martes 8 de diciembre del año dos mil veintiséis.
Eran las cinco de la mañana, (hora sola), de aquella  mañana fría, con unas nubes que asomaban a lo lejos, en dirección oeste sobre puebla o más allá, mi amigo JIa que no hacia muchos años llego del extranjero, bisnieto de Octavio, el que prestara sus servicios con aquel que fuera el último de su estirpe.
JIa bestia un jersey verde  caqui, y unos pantalones del mismo color, con bolsillos poco por encima de las rodillas a derecha e izquierda.
Yo que ya lo esperaba, puse a calentar un puchero de café, en un pote que me había tocado de mi abuela, de lo cual ahora después de lo que paso horas mas tarde me arrepiento, pero vamos por orden.
JIa tomo el café con mucha azúcar,  echándole un buen chorro de aguardiente u orujo, que inconscientemente le brindé aquel día al igual que otros tantos en aquella temporada de caza menor, JIa bebió el brebaje y apremio para que antes de la salida del sol estuviéramos en el puesto, pues los conejos y los distintos animales “piezas de caza” así los perros los rastrearían antes de que se acostaran.
JIa caminaba con dificultad,   pues de adolescente se llevo los dedos de los pies de un disparo de una pistola que encontró en un sobrado que al parecer dejaron para mejor ocasión entre la cubrija (parte de la techumbre de la casa que esta construidas con retamas), la lesión afortunadamente no le dejo demasiadas secuelas.
Caminamos en dirección norte, ya sabéis que mi casa esta situada al sur de la población, entonces para no pasar por el pequeño poblado tuvimos que hacer un rodeo una media luna en dirección este primero hasta la era para después continuar hacia el note.
Cuando llegamos empezaba a nevar tenuemente, la dehesa ya devastada por los incendios de los últimos veinte años, la vegetación eran tomillos y aquel heno que llegaba a la cintura.
Serian las once de la mañana (siempre contando la hora solar), nos dio hambre, ya aviamos cazado, lo suficiente cada uno, estábamos felices,  pero, el destino acecha silencioso.
El pedazo de careta fresca de cerdo ibérico empezó a coger un color dorado en las brasas de aquellos tenues tomillos  el pellejo diseñado por los antepasados, en piel de cabra, albergaba aproximadamente litro y medio de vino.
Le caía por las comisuras de los labios a Jia, la grasa del tocino, la temperatura en esos momentos llegaría a menos nueve grados Celsius, pero no notamos el frió gracias a la lumbre, la comida y la vota,  comeríamos entre los dos así como setecientos cincuenta gramos de aquella tocineta de cerdo ibérico, acabando mi vota de vino pues el de él más flojo lo guardábamos para después,  “ilusos”.
Saliendo en mano derecho a aquellos casi centenarios avellanos que rebrotaban, y rebrotaban fuego tras fuego, y aquellos helechos que le daban frescor, después de matar una liebre, a JIa le empezó a doler, la parte derecha de la cabeza, nos acercamos a la fuente que seguía situada en medio de los avellanos y le dije que se refrescara, él se lavo la cara y dijo que ya no sentía nada,  pues aquella agua herrada, manaba tibia a unos ocho grados Celsius.
Pero cuando acabamos de subir la cuesta,   llegando a la laguna, allí empezó la tragedia.
No veo, me dijo de repente cuando llegamos a aquella tierra sembrada de cebada en busca de otra liebre, tengo hormigueo en el labio superior y en la lengua, me asuste profundamente y marque el uno, uno dos.
La llamada dio tres tonos y una señorita contesto con una voz dulce uno, uno dos buenas tardes yo primero dije o creo haberle dicho mi compañero esta enfermo, no ve y tiene hormigueo en labios y lengua, estamos en las siguientes coordenadas, cuarenta y un grado treinta y siete minutos siete segundos norte, seis grados un minuto cincuenta y siete segundos oeste, muchas gracias me respondió la voz  melódica la ayuda ya esta de camino y la comunicación se corto.
De repente JIa se quejo del acorchamiento de su brazo izquierdo, y la pierna del mismo lado, su lenguaje dejo de ser fluido para pasar a arrastrar palabras, poco después, le costaba expresar conceptos, la sensación de borrachera, le impedía, estar de pie.
Así que cuando el helicóptero llego, nos pillo a los dos tendidos sobre el frío suelo, con los perros, las piezas de caza que serian treinta en aquellos momentos y las armas todos juntos yo encima de el pues ya llevaba unos diez minutos que su parte izquierda no respondía, bajaron dos hombres con una camilla, y se lo llevaron yo regrese al pequeño pueblo a dar la mala noticia.
Al quinto día despertó, tras la operación que le practicaron los doctores de aquel hospital viendo a Octavio, en primer lugar, le sonrió, y quien esto escribe, no pudiendo evitar una lagrima me alegré, saliendo de la habitación, dejándoles a solas.
Hoy después de cinco años, JIa casi habla casi normal, cazar no puede cazar pues su lesión le impide el manejo de armas, pero tiene su familia, unos hijos que lo quieren y hace una vida normal, me dispongo a salir yo solo al monte, es el ocho de diciembre del año treinta y uno lunes en este momento tengo sesenta y cinco años, la mañana igual que aquel día es fría, pero esto es otra historia.