La
boda:
La mañana
se presentó fría el termómetro del vehículo marcaba trece grados, él ya
desayunado, se dirigió velozmente, calle abajo, el automóvil blanco tenia el
polvo pegado a su carrocería, pues llevaba en aquel corral, desde la prohibición
del co2.
Llevaba
puesta una camisa de cuadros rojos, sobre fondo blanco, impoluta, que él hombre
colocaba cada noche con sumo cuidado en la percha del galán que cohabitaba con
el cada noche, la raya del pantalón negro, no existía, pues los doblaba cociéndolos
de la entrepierna y haciéndolos girar por
la costura, un truco que le enseñara su madre cuando era joven.
Tras el
alto el fuego, se volvió a permitir el uso de los automóviles y/o motocicletas
que todavía más mal que bien la gente conservaba.
Conduciendo
con el río a su derecha, quedando atrás las ruinas del puente romano, siguió río
arriba hasta llegar a su destino, diez minutos de viaje sin trafico.
Entró en
el almacén, el hombre armado con un fusil de asalto ak44 de procedencia soviética,
lo miró con indiferencia, al pasar por su lado, la alarma salto, él se tiro al
suelo, el arma escupió fuego y la sangre empapó la camisa de él, el humor cálido
le empapo la espalda y aquel peso estuvo situado en su espalda varios segundos.
En el
nuevo orden, los ciudadanos elegían a los alguaciles, y luego estos se ocupaban
de la seguridad de todos.
El traje
negro con rayas finas blancas que compro, le quedaba un poco corto de mangas, y
largo de piernas, pero en aquellos tiempos no le importaba, ya no se acordaba
cuando en el viejo mundo, se podía elegir toda clase de servicios, pudiendo
pagarlos.
En la
cartilla habilitada por el gobierno provisional, le sello el cajero tres hojas
lo que equivalía a diez días de trabajo para aquel negro tirano que servia al
cacique de turno.
La gasolinera
al pie del almacén estaba bacía, el
hombre armado paseaba de izquierda a derecha él tomó el surtidor con la mano
derecha conectándolo en el tubo situado en la parte derecha trasera del viejo
auto.
Después
de realizar todos los trámites que para el uso de material explosivo, inflamable
y/o peligroso marcaba la ley volvió sobre sus pasos llegando a su casa
situada encima de la cuesta de aquel barrio obrero.
Su sobrina,
una niña de cuatro años lo estaba esperando a la puerta, el la sonrió, haciéndole
una caricia en el pelo, puso su camisa en remojo le echo jabón en polvo de
aquella marca tan famosa en tiempos menos turbulentos, tomo otra del armario,
montó a la niña huérfana a su lado, y se dirigieron a el
ensayo de aquella boda, la primera después de lo que pasó, en aquellos
tumultuosos tiempos no podías asegurar que los novios, no se acuchillarán entre
si la noche de bodas, en aquellos
momentos gracias a el orden ya establecido, y la mano dura que empleaban los comités
de zona, la gente trabajaba, sin excepción.
La luz
entraba en la iglesia aquella hora de la tarde, por la ventana situada debajo del
campanario, dando un tono verde, cobalto, plomizo y rojo, en el pasillo
central, la niña se dirigió con un vestido blanco, con su tul interior, con la bandeja
de mimbre, y en esta trece monedas de plata que en el viejo mundo eran de curso
legal.
La pareja
de contrayentes la sonrió, el sobrino de
la novia, que formaba también parte de la ceremonia actuando de paje, le
propino, un tirón del lazo rojo, que llevaba la sobrina de aquel hombre ya
mayor que estaba sentado observándolo todo en la parte atrás de la iglesia, donde la luz
de aquella tarde no iluminaba las lagrimas que corrían por sus mejillas su
mente estaba llena de recuerdos…
Jrf…