jueves, 12 de septiembre de 2013


La boda:

La mañana se presentó fría el termómetro del vehículo marcaba trece grados, él ya desayunado, se dirigió velozmente, calle abajo, el automóvil blanco tenia el polvo pegado a su carrocería, pues llevaba en aquel corral, desde la prohibición del co2.

Llevaba puesta una camisa de cuadros rojos, sobre fondo blanco, impoluta, que él hombre colocaba cada noche con sumo cuidado en la percha del galán que cohabitaba con el cada noche, la raya del pantalón negro, no existía, pues los doblaba cociéndolos de la entrepierna y haciéndolos girar  por la costura, un truco que le enseñara su madre cuando era joven.

Tras el alto el fuego, se volvió a permitir el uso de los automóviles y/o motocicletas que todavía más mal que bien la gente conservaba.

Conduciendo con el río a su derecha, quedando atrás las ruinas del puente romano, siguió río arriba hasta llegar a su destino, diez minutos de viaje sin trafico.

Entró en el almacén, el hombre armado   con un fusil de asalto ak44 de procedencia soviética, lo miró con indiferencia, al pasar por su lado, la alarma salto, él se tiro al suelo, el arma escupió fuego y la sangre empapó la camisa de él, el humor cálido le empapo la espalda y aquel peso estuvo situado en su espalda varios segundos.

En el nuevo orden, los ciudadanos elegían a los alguaciles, y luego estos se ocupaban de la seguridad de todos.

El traje negro con rayas finas blancas que compro, le quedaba un poco corto de mangas, y largo de piernas, pero en aquellos tiempos no le importaba, ya no se acordaba cuando en el viejo mundo, se podía elegir toda clase de servicios, pudiendo pagarlos.

En la cartilla habilitada por el gobierno provisional, le sello el cajero tres hojas lo que equivalía a   diez días de  trabajo para aquel negro tirano que servia al cacique de turno.

La gasolinera al pie del almacén estaba bacía,  el hombre armado paseaba de izquierda a derecha él tomó el surtidor con la mano derecha conectándolo en el tubo situado en la parte derecha trasera del viejo auto.

Después de realizar todos los trámites que para el uso de material explosivo, inflamable y/o peligroso marcaba la ley   volvió sobre sus pasos llegando a su casa situada encima de la cuesta de aquel barrio obrero.

Su sobrina, una niña de cuatro años lo estaba esperando a la puerta, el la sonrió, haciéndole una caricia en el pelo, puso su camisa en remojo le echo jabón en polvo de aquella marca tan famosa en tiempos menos turbulentos, tomo otra del armario, montó a la niña huérfana a su lado, y se dirigieron   a el ensayo de aquella boda, la primera después de lo que pasó, en aquellos tumultuosos tiempos no podías asegurar que los novios, no se acuchillarán entre si la noche de bodas,  en aquellos momentos gracias a el orden ya establecido, y la mano dura que empleaban los comités de zona, la gente trabajaba, sin excepción.

La luz entraba en la iglesia aquella hora de la tarde, por la ventana situada debajo del campanario, dando un tono verde, cobalto, plomizo y rojo, en el pasillo central, la niña se dirigió con un vestido blanco, con su tul interior, con la bandeja de mimbre, y en esta trece monedas de plata que en el viejo mundo eran de curso legal.

La pareja de contrayentes la sonrió,  el sobrino de la novia, que formaba también parte de la ceremonia actuando de paje, le propino, un tirón del lazo rojo, que llevaba la sobrina de aquel hombre ya mayor que estaba sentado observándolo todo  en la parte atrás de la iglesia, donde la luz de aquella tarde no iluminaba las lagrimas que corrían por sus mejillas su mente estaba llena de recuerdos…

Jrf…