viernes, 26 de diciembre de 2014


CARTA A MELCHOR:

Estimada majestuosa deidad:

Como todas las cartas de todos los niños del mundo, me dirijo a vos, diciendo en primer lugar que he sido muy bueno…

Hoy día veintiséis me enfrento a la gran incógnita del folio en blanco, hoy me acaece el dilema de escribir  una hermosa carta, una carta no para que me perdone mi musa, es una carta que aunque es para una hembra conocida desde siempre, yo no la veía, aunque estaba delante de mí.

Hoy  a riesgo de poner comparaciones, me comprometo, a poner en palabras, no sé si tantas pues seiscientas y pico, sean muchas, pero pondré todo mi sentir en cada una de ellas.

Empezaré por describir a la mujer en cuestión, bueno ella es una muñeca menuda, huesuda, de una estatura incierta si no usa tacones, su crin bermeja lisa, se desliza hasta el final de su espalda, justo donde empieza unas zancas enjutas ligeramente arqueadas hacia afuera, por la parte de adelante siempre de abajo hacia arriba, nos encontramos con su parche, donde se intuye un belfo fino, bajo un bandullo hastío, sus poco acrecentados bultos sobresaliendo de su busto, dan paso a un surcado, largo  pescuezo  que sujeta una contraída geta, de nariz larga, sonrisa incierta, y ojos a medio camino entre vivos y tristes.

Hoy podía contar que la he podido cortejar, en una majada a la luz de la luna, podría decir que conozco sus descarnados  sitios prohibidos, no es cierto, la zagala, siempre ha puesto distancia, quizás por suspicacias  de infundios,  quizás por mí no saber.

Hoy sin querer pongo en mi imaginación a otra persona, aunque prometí no comparar, me es imposible, intentaré que me perdone, la una, porque la otra es un ángel, me pierdo en mis pensamientos infantiles, me es imposible una barda lánguida se interpone en mis fábulas, dejando a la frágil moza huesuda en un lugar ajeno, que no quisiera yo poner un axioma de ella, pero no tengo recuerdos de sus noches, en vela, palpitando su pequeña anatomía, entre mis burdas manos, adulando sus dos penachos pardos, áureas coronados por inhiestas astas afiladas, mis recuerdos se difuminan con la niebla de este día, y se alejan de la mujer, viajan muchos kilómetros, pero centrémonos, para no salirnos del asunto, lo prometido es deuda.

Hoy un día gris no es el mejor pero, intento que la moza menuda, se fije en éste burdo, bruto hacedor de historias, hoy no he podido más que poner por escrito mis sueños, unos sueños que siempre en ellos aparecía otra persona,  espero que ambas sepan leer entre líneas, me perdonen, y pueda yo jugar, no con mi imaginación, que es mucha, sino con su pequeño y enjuta anatomía, una noche de escarcha como hoy.

En un día como hoy, su majestad,  espero premie mi anhelo, que no es poco, y me premie con mi regalo, yo lo agradeceré dejándole a los camellos comida típica de estas fechas, de este que no pide milagro alguno un saludo.

Javi.

J.r.f.

martes, 16 de diciembre de 2014


UN CUENTO DE HADAS:

La crin taheña de la zagala caía en cascada sobre el rostro del hombre que se azogaba en su regazo, la moza acurrucaba a su amigo cuyos estentóreos sincopes movían los dos cuerpos al unisonó, el hombre rubio, castañeteaba sus dientes,  exhalando la ultima savia de su existencia.

La sanguinolenta herida de la espada de hielo, clavada en el pecho del mago, dejaba borbotones carmesí  en la profunda nevada de aquel arroyo que ahora pintado con la linfa encarnada, contrastaba con el paraje níveo.

La punta del punzón de hielo se derretía lentamente  con el último calor corpóreo del mago, la mujer, apoyando el cuerpo del amigo en aquel manto de nieve, acerco su cuerno de marfil a la herida, que cicatrizo de inmediato.

El unicornio, que aunque naciera humana, al llegar a su mayoría de edad y al morir su padre en circunstancias extrañas heredó unos  poderes extraordinarios que fue perfeccionando con el tiempo, ella no podía si no más que dar poderes a otras personas, ella no podía utilizar la magia, aun así lo intento por enésima vez.

El mago ahora libre del tempano que la perforaba las  entretelas, hervía en su interior, las prostaglandinas en el hipotálamo estaban concentradas de manera exagerada.

Los ojos añiles del unicornio ahora otra vez en forma de bella joven pelirroja, plañían de rabia e impotencia, pues se sentía inútil en tamaña afrenta.

Cuando el mago comprendió que su hálito se escapaba en cada una de sus exhalaciones,    acerco su boca al oído de la zagala corroborando lo que ella ya savia de antemano, siempre lo había sabido, sin embargo le gusto que le dijera que él la había amado desde aquel día de ya hacia tantos años, pronto se conmemoraría ya un siglo del día en que el ya mozo, conoció a la adolescente pitusa bermeja, todavía sin saber ninguno de los dos que a los pocos años, ella sería el ultimo  unicornio, y el su amigo el mago tan famoso en que se convirtió.

Maribel, amiga inseparable de la joven unicornio, también poseedora del don de la magia, observaba la escena con tristeza, impotente también, recordaba como pocos días antes aquellas dos personas que ahora yacían en el blanco suelo uno encima del otro, se habían   solazado deshaciendo la yacija en la alcoba de aquella casa blanca de la ciudad.

El último aliento del mago exhaló su aurea ánima sobre el regazo de la mujer unicornio, dejando esta escapar un grito de dolor que rasgo el silencio invernal de aquel tranquilo paraje.

La comitiva de caballeros de folgar,  con sus pendones al viento todos ellos con crespones negros, acompañaban al finado mago hasta la ciudad  abría la procesión el unicornio cogida del brazo de Maribel, su inseparable amiga.

Después de velar al difunto mago, lo trasladaron al túmulo de la sima de aquel camposanto en la cumbre del cotorro con vistas a la población.

El celeste, raza esta que había habitado desde tiempos  inmemoriales en las nubes, y que no se avían dado a la visión de los humanos hasta hacia muy pocos siglos, oficiaba el funeral, con su voz serena, daba ánimos a todos los amigos del mago inerte en el fondo del hoyo.

Después de la profunda náusea,  y mientras el vomito de la taheña mujer unicornio, mientras los presentes cubrían de tierra el túmulo de los restos mortuorios del mago, cogiendo el vientre con las manos, comprendió que aunque ya en su madurez en su interior crecía una criatura, supo de inmediato que la hija del mago y del unicornio podría cuando cumpliese la mayoría de edad, transmitir también la magia, seria a su vez el último unicornio,     esta vez su plañido fue de alegría, levanto sus ojos azules al cielo plomizo, haciendo un guiño a quien ella savia que ya estaría junto a su viejo padre, juntos en aquel universo paralelo, en la cara oculta de la luna.

La pequeña niña nació a los pocos meses, su pelo ensortijado aleño, cubría unos ojos esmeraldas los que la vieron nacer la llamaron acertadamente “Pruna” la pruna cetrina .

J.r.f.