viernes, 19 de enero de 2018

La conurbana contigua, recorre la mies sin tino, cela su designio, sobre la vara, el balago hacinado empolva la chambra añil en el descanso sobre el otero la muña ceñida al cuerpo jadeante conforma una ochava, los regatos níveos desaparecían por su derrama regando los orondos cotorros que sobresalían de la blusa de franela, la saya remangada abandonaba a la vista unas medias de lana llenas de argañas, la vaguada hirsuta refulgente de un pie de largo, plañía lluvia inguinal, sobre la abaleo, el erizo de retama, cual alcancía adherente arrastraba la farfolla cual viendo dentado, tornadera desigual, de bozo de púa, aventando el bálago la tarde bochornosa, evaporaba el efusión que recorría los perniles de la zagala, la parva seguía rozando, la fanega de trigo ya casi estaba trillada la cortina, de parapeto omiso albergaba el henil, sitio capaz laxo sobre tálamo hirsuto resguardado de miradas importunas, el céfiro cierzo hálito flemático aventó la broza, los comarcanos empezaban a vislumbrarse  sobre la ladera el tamo holgado  tenía que finiquitar,  la lindante, afolló la enagua, tomó la tornadera y se despidió del rapaz, de ocelos color miel, el olor acre se fue difuminando según volaba el polvo del abaleo, la mies le llegaba a la corva, ya se cuidaría, la vecindad ya llegaba, el trabajo proseguía sin rastro de la lúbrica hazaña vivida por la pareja aquella sobremesa de estío.