La conurbana contigua, recorre la mies sin tino, cela su
designio, sobre la vara, el balago hacinado empolva la chambra añil en el
descanso sobre el otero la muña ceñida al cuerpo jadeante conforma una ochava,
los regatos níveos desaparecían por su derrama regando los orondos cotorros que
sobresalían de la blusa de franela, la saya remangada abandonaba a la vista
unas medias de lana llenas de argañas, la vaguada hirsuta refulgente de un pie
de largo, plañía lluvia inguinal, sobre la abaleo, el erizo de retama, cual
alcancía adherente arrastraba la farfolla cual viendo dentado, tornadera
desigual, de bozo de púa, aventando el bálago la tarde bochornosa, evaporaba el
efusión que recorría los perniles de la zagala, la parva seguía rozando, la
fanega de trigo ya casi estaba trillada la cortina, de parapeto omiso albergaba
el henil, sitio capaz laxo sobre tálamo hirsuto resguardado de miradas importunas,
el céfiro cierzo hálito flemático aventó la broza, los comarcanos empezaban a
vislumbrarse sobre la ladera el tamo holgado
tenía que finiquitar, la lindante, afolló la enagua, tomó la
tornadera y se despidió del rapaz, de ocelos color miel, el olor acre se fue
difuminando según volaba el polvo del abaleo, la mies le llegaba a la corva, ya
se cuidaría, la vecindad ya llegaba, el trabajo proseguía sin rastro de la lúbrica
hazaña vivida por la pareja aquella sobremesa de estío.