miércoles, 21 de noviembre de 2012

Todo parecido con la realidad es pura coincidencia:
Martes 8 de diciembre del año dos mil veintiséis.
Eran las cinco de la mañana, (hora sola), de aquella  mañana fría, con unas nubes que asomaban a lo lejos, en dirección oeste sobre puebla o más allá, mi amigo JIa que no hacia muchos años llego del extranjero, bisnieto de Octavio, el que prestara sus servicios con aquel que fuera el último de su estirpe.
JIa bestia un jersey verde  caqui, y unos pantalones del mismo color, con bolsillos poco por encima de las rodillas a derecha e izquierda.
Yo que ya lo esperaba, puse a calentar un puchero de café, en un pote que me había tocado de mi abuela, de lo cual ahora después de lo que paso horas mas tarde me arrepiento, pero vamos por orden.
JIa tomo el café con mucha azúcar,  echándole un buen chorro de aguardiente u orujo, que inconscientemente le brindé aquel día al igual que otros tantos en aquella temporada de caza menor, JIa bebió el brebaje y apremio para que antes de la salida del sol estuviéramos en el puesto, pues los conejos y los distintos animales “piezas de caza” así los perros los rastrearían antes de que se acostaran.
JIa caminaba con dificultad,   pues de adolescente se llevo los dedos de los pies de un disparo de una pistola que encontró en un sobrado que al parecer dejaron para mejor ocasión entre la cubrija (parte de la techumbre de la casa que esta construidas con retamas), la lesión afortunadamente no le dejo demasiadas secuelas.
Caminamos en dirección norte, ya sabéis que mi casa esta situada al sur de la población, entonces para no pasar por el pequeño poblado tuvimos que hacer un rodeo una media luna en dirección este primero hasta la era para después continuar hacia el note.
Cuando llegamos empezaba a nevar tenuemente, la dehesa ya devastada por los incendios de los últimos veinte años, la vegetación eran tomillos y aquel heno que llegaba a la cintura.
Serian las once de la mañana (siempre contando la hora solar), nos dio hambre, ya aviamos cazado, lo suficiente cada uno, estábamos felices,  pero, el destino acecha silencioso.
El pedazo de careta fresca de cerdo ibérico empezó a coger un color dorado en las brasas de aquellos tenues tomillos  el pellejo diseñado por los antepasados, en piel de cabra, albergaba aproximadamente litro y medio de vino.
Le caía por las comisuras de los labios a Jia, la grasa del tocino, la temperatura en esos momentos llegaría a menos nueve grados Celsius, pero no notamos el frió gracias a la lumbre, la comida y la vota,  comeríamos entre los dos así como setecientos cincuenta gramos de aquella tocineta de cerdo ibérico, acabando mi vota de vino pues el de él más flojo lo guardábamos para después,  “ilusos”.
Saliendo en mano derecho a aquellos casi centenarios avellanos que rebrotaban, y rebrotaban fuego tras fuego, y aquellos helechos que le daban frescor, después de matar una liebre, a JIa le empezó a doler, la parte derecha de la cabeza, nos acercamos a la fuente que seguía situada en medio de los avellanos y le dije que se refrescara, él se lavo la cara y dijo que ya no sentía nada,  pues aquella agua herrada, manaba tibia a unos ocho grados Celsius.
Pero cuando acabamos de subir la cuesta,   llegando a la laguna, allí empezó la tragedia.
No veo, me dijo de repente cuando llegamos a aquella tierra sembrada de cebada en busca de otra liebre, tengo hormigueo en el labio superior y en la lengua, me asuste profundamente y marque el uno, uno dos.
La llamada dio tres tonos y una señorita contesto con una voz dulce uno, uno dos buenas tardes yo primero dije o creo haberle dicho mi compañero esta enfermo, no ve y tiene hormigueo en labios y lengua, estamos en las siguientes coordenadas, cuarenta y un grado treinta y siete minutos siete segundos norte, seis grados un minuto cincuenta y siete segundos oeste, muchas gracias me respondió la voz  melódica la ayuda ya esta de camino y la comunicación se corto.
De repente JIa se quejo del acorchamiento de su brazo izquierdo, y la pierna del mismo lado, su lenguaje dejo de ser fluido para pasar a arrastrar palabras, poco después, le costaba expresar conceptos, la sensación de borrachera, le impedía, estar de pie.
Así que cuando el helicóptero llego, nos pillo a los dos tendidos sobre el frío suelo, con los perros, las piezas de caza que serian treinta en aquellos momentos y las armas todos juntos yo encima de el pues ya llevaba unos diez minutos que su parte izquierda no respondía, bajaron dos hombres con una camilla, y se lo llevaron yo regrese al pequeño pueblo a dar la mala noticia.
Al quinto día despertó, tras la operación que le practicaron los doctores de aquel hospital viendo a Octavio, en primer lugar, le sonrió, y quien esto escribe, no pudiendo evitar una lagrima me alegré, saliendo de la habitación, dejándoles a solas.
Hoy después de cinco años, JIa casi habla casi normal, cazar no puede cazar pues su lesión le impide el manejo de armas, pero tiene su familia, unos hijos que lo quieren y hace una vida normal, me dispongo a salir yo solo al monte, es el ocho de diciembre del año treinta y uno lunes en este momento tengo sesenta y cinco años, la mañana igual que aquel día es fría, pero esto es otra historia.

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