jueves, 12 de septiembre de 2013


La boda:

La mañana se presentó fría el termómetro del vehículo marcaba trece grados, él ya desayunado, se dirigió velozmente, calle abajo, el automóvil blanco tenia el polvo pegado a su carrocería, pues llevaba en aquel corral, desde la prohibición del co2.

Llevaba puesta una camisa de cuadros rojos, sobre fondo blanco, impoluta, que él hombre colocaba cada noche con sumo cuidado en la percha del galán que cohabitaba con el cada noche, la raya del pantalón negro, no existía, pues los doblaba cociéndolos de la entrepierna y haciéndolos girar  por la costura, un truco que le enseñara su madre cuando era joven.

Tras el alto el fuego, se volvió a permitir el uso de los automóviles y/o motocicletas que todavía más mal que bien la gente conservaba.

Conduciendo con el río a su derecha, quedando atrás las ruinas del puente romano, siguió río arriba hasta llegar a su destino, diez minutos de viaje sin trafico.

Entró en el almacén, el hombre armado   con un fusil de asalto ak44 de procedencia soviética, lo miró con indiferencia, al pasar por su lado, la alarma salto, él se tiro al suelo, el arma escupió fuego y la sangre empapó la camisa de él, el humor cálido le empapo la espalda y aquel peso estuvo situado en su espalda varios segundos.

En el nuevo orden, los ciudadanos elegían a los alguaciles, y luego estos se ocupaban de la seguridad de todos.

El traje negro con rayas finas blancas que compro, le quedaba un poco corto de mangas, y largo de piernas, pero en aquellos tiempos no le importaba, ya no se acordaba cuando en el viejo mundo, se podía elegir toda clase de servicios, pudiendo pagarlos.

En la cartilla habilitada por el gobierno provisional, le sello el cajero tres hojas lo que equivalía a   diez días de  trabajo para aquel negro tirano que servia al cacique de turno.

La gasolinera al pie del almacén estaba bacía,  el hombre armado paseaba de izquierda a derecha él tomó el surtidor con la mano derecha conectándolo en el tubo situado en la parte derecha trasera del viejo auto.

Después de realizar todos los trámites que para el uso de material explosivo, inflamable y/o peligroso marcaba la ley   volvió sobre sus pasos llegando a su casa situada encima de la cuesta de aquel barrio obrero.

Su sobrina, una niña de cuatro años lo estaba esperando a la puerta, el la sonrió, haciéndole una caricia en el pelo, puso su camisa en remojo le echo jabón en polvo de aquella marca tan famosa en tiempos menos turbulentos, tomo otra del armario, montó a la niña huérfana a su lado, y se dirigieron   a el ensayo de aquella boda, la primera después de lo que pasó, en aquellos tumultuosos tiempos no podías asegurar que los novios, no se acuchillarán entre si la noche de bodas,  en aquellos momentos gracias a el orden ya establecido, y la mano dura que empleaban los comités de zona, la gente trabajaba, sin excepción.

La luz entraba en la iglesia aquella hora de la tarde, por la ventana situada debajo del campanario, dando un tono verde, cobalto, plomizo y rojo, en el pasillo central, la niña se dirigió con un vestido blanco, con su tul interior, con la bandeja de mimbre, y en esta trece monedas de plata que en el viejo mundo eran de curso legal.

La pareja de contrayentes la sonrió,  el sobrino de la novia, que formaba también parte de la ceremonia actuando de paje, le propino, un tirón del lazo rojo, que llevaba la sobrina de aquel hombre ya mayor que estaba sentado observándolo todo  en la parte atrás de la iglesia, donde la luz de aquella tarde no iluminaba las lagrimas que corrían por sus mejillas su mente estaba llena de recuerdos…

Jrf…   

 

lunes, 20 de mayo de 2013


HISTORIA POS ADOLESCENTE:

Me llamo Irene Falcón , la mayoría de vosotros, no me conocéis pues abandone el pueblo zamorano allá por el año 1922, desde este lejano país, en el cual me encuentro, no por amor, de ningún hombre, aunque quise a muchos, todavía recuerdo a aquel, un hombre alto, rubito, con ojos color miel, hoy mi nieta quiso ponerse delante de su maquina, una televisión con teclado de maquina de escribir, lo que añoro yo esos pequeños golpecitos en el papel, de mi vieja “olimpiette” en aquellas tardes de domingo que después de la huida hacia delante que mi familia realizo, copiando al dictado de esta pobre anciana, el relato de mi humilde vida después de abandonar tierras guímaras.

Mi madre, modista en el pueblo entró al servicio, aun no se muy bien como, pero un día alguien nos presento en una calle de Madrid, y la señora  una joven altísima  en aquellos momentos diputada en el congreso, tomó a mi madre como costurera, yo unos años menor, era como una chica que pululaba, sin parar por la casa enorme de aquella familia que para nuestro humilde entender era bastante adinerada.

Dolores, que así se llamaba la señorita, logró sin no  muchos esfuerzos, que pudiera ser admitida en un colegio de   monjas pues dijo que en aquellos días convulsos, eran las que a una joven como yo le podían dar una educación.

Las pobres madres, me enseñaron las letras, pero lo que hoy sé se lo debo a Dolores, ella siempre firme, me enseño a no bajar la cabeza delante de orgullosos terratenientes… pero me estoy hiendo, a ya se esto es otra historia que algún día  contare, centrémonos.

Cuado encontré a la muchacha, aquel día de principios de mayo del dos mil trece en aquel parque de la ciudad de Zamora, hablamos, y una cosa llevo a la otra, y soy Javier, le dije, soy de un pequeño pueblo que se llama Videmala, la joven que a groso modo, le llevaría mas de quince años se echo a llorar, me contó que su madre, había trascrito,  de boca de su abuela un documento que guerreaba envuelta en una piel antiquísima,  y la historia de la vida de su antepasada, que aparecer la situaba en Videmala a principios del siglo pasado.

Toque el lienzo, con mis propias manos, la hoja parecía un pedazo de historia lleno de polvo con unas letras en griego antigua, fue lo más cerca que he estado en  mi mísera vida de la verdad, la verdad con mayúsculas, las transcripciones que en un disquete de ordenador, me facilito, yo intentaré reflejar, según las ultimas voluntades de aquella descendiente de aquel pueblo, nuestro pueblo.

Irene miraba por aquella ventana de aquella ciudad del norte, la nieve cubría el suelo, la temperatura era demasiado gélida, Dolores le consiguió aquel piso, después de que tuvieran que abandonar Madrid, era la historia de su vida, siempre huyendo, pero esta vez con su amiga, Dolores en aquellos momentos tristes para todos, parecía estar mas entera, seria por su carácter vasco, pero su gran envergadura de mujer, enorme o por la educación ya recibida, pero irradiaba confianza a todos aquellos compatriotas que habían obligado a abandonar su tierra.

La muchacha no perdía detalle, escribiendo lo que Irene contaba, aquellos recuerdos de aquella ventana helada por aquel viento de norte que venia gélido, le contaba que la ventana miraba  a la salida del sol, en primavera este, entraba caldeándolo todo pero el día de sus recuerdos, la niebla cubría la era, una era igual que la de su juventud, los árboles del fondo con aquel manto de cenceño, y luego la ciudad, una ciudad extraña, con gente extraña, casi tan fría como aquel viento que se metía en los huesos, por donde vamos, su nieta releyó las ultimas dos líneas, a si, contesto Irene, todo empezó recuerdo en aquel día de invierno, la niebla helada campaba  alrededor de aquel viejo edificio, la calefacción de carbón, parecía quejarse para no dejar congelar las tuberías, al filo del mediodía llamaron al timbre, era Dolores, la acompañaba una mujer, casi de su misma envergadura, estoy segura que no me dijo su nombre… es Inglesa… nos vamos al cairo, vienes, a los tres días desembarcábamos en Egipto.

 Terra autem erat inanis et vacua et tenebrae super faciem abyssi outrigger.

La dirección que me facilito la nieta de Irene, me llevo a la calle del rosario, aquel día había nevado, los albañiles trabajando en una andamiada, en la pared de piedra arenisca, el frío,  congelaba el cemento, pase la rotonda en dirección norte, y situando la vista en la estatua de un fraile de bronce, congelado junto a una farola subí las tres escalinatas, deje al monje gélido a mi espalda, me introduje en los soportales situados a mi derecha, me introduje por una puerta lateral.

Deseo ver a Alberto, le dije a aquel hombre cuyo rostro irradiaba bienestar situado detrás de aquel mostrador color nogal espere por favor…

Alberto un hombre enjuto de cara de un metro ochenta de estatura aproximadamente, me sacaba diez centímetros, las escasas barbas canosas, la calva prominente, dejaba al descubierto un cráneo, largo, lo mire y no se, si se dio cuenta, no dijo nada, pero su cabeza, tenia la forma de un melón de piel de sapo por aquellas manchas tan peculiares. Soy Javier, y le di una inscripción en latín que me havia facilitado la nieta de Irene.

 Si le pareció bien, o mal, lo que en el papel decía ningún rastro en su rostro, tuvo mella, “Tienes coche” pregunto de repente, lo deje en el parking del centro comercial norte, y e venido hasta aquí andando, le respondí, sígueme dijo y salimos puerta a fuera.

El sol a nuestras espaldas, daba la sombra en aquel patio, mire hacia arriba, la esquina situada de frente, con dos columnas a mi izquierda conté cuatro  ventanas, en lo que sin duda alguna era el segundo piso,  en el primero, las ventanas, cincelaban un arco de medio punto, y en el centro de este una tenia un ojo de buey, la siguiente una especie de trapecio con los vértices redondeados, luego las ventanas algo rectangulares, siendo el bajo, una galería cuadrangular, con arcos que miraban aquel patio central, me fije en las baldosas, las piedras de granito, una clara, y otra oscura, pavimentaban  aquel patio hasta llegar a un brocal de un pozo, un pozo elevado en tres escalinatas hexagonales que disminuían según se elevaban del   nivel del suelo, el brocal del pozo de la misma forma tenia un sujeta poleas de forja, Alberto tiró de una piedra y me entrego un cilindro, volvió a colocar la piedra y salimos del recinto a toda prisa.

El lacre del sello que cerraba el cilindro, tenía un cordón con intervalos de mayor tamaño, conté hasta  ocho, cerrando abajo dos caracolas, en la parte alta un gorro coronado con dos llaves cruzadas, dos especies de bellotas, flanqueados por un castillo a la izquierda, y un león rampante, uñado y lenguado, a la derecha, una cúpula, con un hombre que imparte doctrina, a otros seis, situados tres a derecha y tres a izquierda del centro, una mesa con una equis cortada por una cruz, finalizan el sello, leyéndose en latín,  vultus in omnibus libris timentes, IIc, IX.

Salimos y ya en la calle me despedí de aquel hombre que puso en mis manos aquel objeto tan fantástico, sin conocerme de nada, nos dimos la mano y puse rumbo norte, una vez que deje a mi derecha el hostal catedral, continué a la plaza mayor, una carpa cubría buena parte de la fachada norte de esta, salí por la puerta que encontré a mi izquierda, dejé a la jabonería del carmen a mi izquierda, la rotonda que encontré me condujo a la avenida de Italia, y la calle   Álvaro Gil, otros diez minutos andando, llegue a la ultima rotonda, con su figura de la tauromaquia, envistiendo frente a una plaza en desuso, llegando a la plaza del bierzo tome mi automóvil y en cuarenta minutos, me encontraba en Zamora con la nieta de Irene Falcón. Entregándole el cilindro que aquel anciano me havia entregado.

Acertijos, en la oscuridad, historias, leyendas, mitos, fantasías,  el narrador, informa de hechos naturales, o sobrenaturales, o una mezcla de ambos, de forma imprecisa, entre el mito, y el hecho verídico,  dejando a la voluntad del lector, donde empieza y acaba la acción.

Para los amantes del suspense, pronto tengo mas pistas, hasta entonces un saludo a todos… dormir bien… ggg…

Sapienter agendum cum illis, ne ulterius augmentum et si bellum oritur, est adversum nos.

La luna llena como un plato de porcelana iluminaba las sombras, no me gusto pero la seguí, después de aparcar aquel viejo opel blanco, en la calle de Miguel de Unamuno, nos incorporamos a la avenida de los Reyes Católicos,  pasamos de prisa Príncipe de Asturias, el parking desierto, y por fin a la izquierda de la calle el edificio, un muro de hormigón dividía la entrada y salida de vehículos, un todo terreno blanco, aparcado delante de una berlina del mismo color los dos con cristales tintados, la luna siempre presente se reflejaba en ellos, giramos a la  izquierda y nos dirigimos a la rampa de subida a la primera planta del edificio, un edificio viejo, que inauguraran allá por el año  de mil novecientos cincuenta y seis,  al final de la rampa, la puerta giratoria daba acceso a un salón, enorme, y de este a la derecha la puerta de una cafetería, vacía en ese momento de la noche, un kiosco, también este con las persianas cerradas,  y la puerta de los ascensores y escalera, tomamos estas últimas, subimos, la luna siempre presente nos espiaba por las grandes cristaleras de la enorme escalera de caracol, una escalera de escalones de mármol blanco, una escalera que abandonamos a la altura de la planta tercera, tomamos el pasillo de la derecha un mostrador de una recepción, con dos ramos enormes de flores, nos dio la bienvenida, en aquellos instantes se encontraba sin ninguna persona, este, situado a la parte izquierda del pasillo que continuaba perdiéndose en la penumbra   de aquellas luces de fluorescencia, que en aquellos momentos funcionaban en modo nocturno, giramos justo a su lado, dejando el mostrador de los dos ramos de flores a nuestra derecha, aquel pasillo con la misma clase de luz, tendría solo la mitad de largura, que el que acabábamos de  dejar, avanzamos hasta encontrar  una puerta de madera, con una gran ventana a su izquierda,  penetramos por ella, había tres hileras de cucos, con sus sabanitas blancas, contamos uno, dos tres, a, b, c…

El viejo cilindro en mis manos, temblaba, tome del tirador del escudo de lacre, en cuya en el que pude leer por segunda y ultima vez, vultus in omnibus libris timentes, IIc, IX.

Tire, del apéndice y el viejo lienzo que cubría un cilindro de piel de oveja se rasgo rompiendo el silencio del lugar, el filo del acero, brillo de inmediato a la luz de la luna, una hoja en forma de hoz invertida, con un nervio que lo acompañaba desde su punta hiniesta hasta su empuñadura el corte situado por ambos lados pudiera servir para afeitar, terminaba en una empuñadura, redonda de plata,  con tres bolitas del mismo material en su parte baja, junto al filo, la bolita del medio se situaba en el interior de un circulo, luego, donde colocaríamos el índice y el pulgar, antes de cerrar la mano estaba situada una cuarta, la parte en que la mano se cerraba era estrecha circular con tres anillos correlativos, y después se podía observar tres protuberancias a derecha e izquierda, y en el centro, todas acabadas con bolitas de plata, dentro sus círculos, tome el arma en mis manos, temblorosas, introduje la funda en mi bolsa, puse esta en bandolera, la nieta de Irene, tiró, de la sabanita…

La cara de la niña, blanca, rubia, que nos miraba, con unos ojos enormes, nos miramos mi compañera y yo, volviendo a meter el puñal en el cilindro, envolviéndolo en su viejo lienzo, y saliendo de aquel lugar, escaleras a bajo, jadeando, salimos por la puerta giratoria y corrimos rampa debajo en dirección al parking de la calle Reyes Católicos, subiendo a toda prisa por esta, alcanzamos Miguel de Unamuno, y en aquel instante en el limpia parabrisas del coche, encontramos la pista siguiente.

Non discoperies turpitudo,  mulieris, aut filiam, Ponam coram jumentum nulla. mandata mea servate...

Una vez en casa, supusimos, que aviamos mal interpretado el enigma anterior y que estuvimos a punto de cometer una atrocidad, esperando la nueva pista, que nos lleve a más aventuras, termino esta entrega, y ser buenos…. Siempre hay quien ve…

La plaza de España aquel cuatro de septiembre, estaba a rebosar, la orquesta situada en la puerta de la casa hierática, tocaba paquito el chocolatero, me encontraba en el tren humano, que se forma hilera tras hilera de danzantes, he, he, he, la música seguía el compás, llevaría tocando la orquesta unas dos horas y media, la luz, primero la energía del transformador norte, salto, dejando sin energía, a la mitad de la población, pocos segundos mas tarde, la luz de los domicilios particulares, se restableció,  dejando solo lo que es las farolas, públicas del lado norte, y oeste apagadas.

Maria, situada delante de mi, me tomo de la mano, me dijo, al oído, acompáñame tengo que ir a casa, salimos en dirección oeste, en la tiniebla,  llegando al parque infantil, con sus columpios y su tobogán, nos facilito la visión, un blanco circulo celeste, un astro que en aquel momento mostraba lo que se denomina luna azul, los rayos de plata brillaban, en las transparencias de Maria, sus dos voluminosos senos, se expandían con cada inhalación de aire, la visión de ellos, a trabes del tejido traslucido, era casi total, impidiendo la visión de totalidad, un bordado, situado estratégicamente a la altura de sus pezones, caminábamos deprisa, al llegar a la fuente, una fuente de granito, que un alcalde años atrás, cubriera, unas antiguas termas romanas, dejando un grifo de metal dorado que vertía el agua a un pilón de aproximadamente un metro cuadrado, de este, se pasaba el agua por rebosamiento a otro pilón de seis por uno, teniendo los dos un metro de profundidad, Maria me sonrió,  espera aquí, y echo a correr, la luz tenue de la luna me iluminaba,   saque de mi chaqueta, americana, un paquete de cigarrillos, tome uno y lo metí en la boca,   posteriormente tome el encendedor, y mi rostro se ilumino con un tono azulado de luz de gas, estaba yo ilusionado con poseer aquella noche festiva aquellos senos voluminosos,  apoyado en uno de aquellos baúles pétreos de aquel puente en años antiguos romano, la calle se transformaba en carretera a mi izquierda, vi  a   Maria ablando con alguien mas allá de mi campo visual, primero no preste atención, pero luego algo me puso sobre aviso, apague el cigarrillo sobre el pétreo baúl, y me fui aproximando cuesta arriba, cuando mi oído pudo discernir la conversación, me pare, no era plan de interrumpir nada, pero mi curiosidad era tanta que sin ningún genero de duda, pude escuchar lo siguiente.

Gesegnet bist du unter den Frauen, wird Ihre Gebärmutter gesegnet.

Cuando Maria dejo al desconocido, y se situo a mi lado, la luz pública regreso de suvito a las farolas, desandamos en silencio la calle ahora iluminada, pero al llegar a una vifurcación no tomamos la direción de la plaza de España, nos fuimos a nuestra izquierda, pasamos por el colegio mayor, tomamos una callejuela sin asfaltar, que nos condujo a la iglesia catedralicea, y a su sombra la casa de Maria, entramos a la cocina solo unos metros mas alla de la puerta principal, nos abrazamos, mi rostro se aprosimo a su boca,  el cabello auréo, ensortijado, brillo, y en aquel momento, ella me ablo en una lengua desconocida para mi.

 Ich bin der Engel des Heils, nicht fragen Sie mich zu verstehen, nur glauben.

Perdí la noción del tiempo, no recuerdo como llegue a mi casa, al día siguiente en la misa mayor de aquel día festivo, ella ya no estaba, pero yo no me encontraba triste, mi felicidad era tal, que cuando mire a la cara de la virgen, intuí, aquella mirada pícara de Maria, y una voz en mi interior, me decía confía…

Me encuentro hoy aquí, rememorando aquel verano, convulso, de aquel antaño, todavía el día diez de mayo, cuando volví a  releer los viejos apuntes tomado en aquel tiempo, mi memoria, juega con la distancia, no discierne, fábula, cuento y/o veracidad, aquel año de mi pos adolescencia,  me marco, y en mis días mas bajos invoco a la todavía joven diosa ensortijada, de cabellos áureos,  y el Chat,   me reconforta.

Mi ángel me acompañará siempre…

 

Un beso ser buenos…

Hasta la próxima historia…

j.r.f.

jueves, 21 de marzo de 2013

CAPITULO I:
Recuerdos de la niñez:

Aquella calle que transcurría de Sur a norte, algunos años después le dio comienzo en la plaza de aquel pueblo, no era una calle recta, era el primer día de primavera, el resto de barro de los últimos días del invierno anterior, todavía se podía ver sobre todo alrededor de aquella “poza” o abrevadero para las bestias de carga.
Más allá de dicho abrevadero una DKW varada al lado izquierdo de la calle, de un color crema oscuro, esperaba a que alguien la extrajera de aquel lodazal, una casa transcurría por su izquierda, de un plano de argamasa de cal y arena, que le daba un color yema oscuro muy parecido al de la furgoneta,  dicha casa con dos párrales que trepaban por la fachada, por encima de dos ventanas enormes, con unos rejas de forja que el propietario cogiera de las ruinas de la casa de una dehesa con nombre de santa,  de frente en la parte superior de la calle, un pórtico de cemento, gris oscuro, daba entrada a una casa.
Una casa de piedra con una puerta de hierro pintado de un color purpúreo, carmesí viejo, con un cristal biselado con una abertura en su parte central,  por ella entraba el aire, y alguna que otra mosca, aquel día la luz solar se introducía por la entornada portezuela que tapaba la abertura, una portezuela partida en dos por una filigrana que imitaba a una forja fraguada.
La figura menuda, de la niña que salio al pórtico, a la llamada del niño rubito, pocos años mayor que ella, daba la sensación de fragilidad, por ello el tomo su mano y juntos continuaron calle arriba, una pequeña pareja, tan unida que podía decirse que uno era la sombra del otro, y ambos armados con unas lanzas de madera cuyas puntas  habían sido endurecidas al fuego y posteriormente frotadas, havia otra chica que no estaba armada, pero llevaba a un niño más pequeño a horcajadas sobre su cadera.
La ladera caía hacia una detención de agua que los regantes aprovechaban para regar las hortalizas de los huertos aguas abajo.
Los pequeños infantes, pasaron en una pequeña fila por la pared de hierbas verdes y húmedas de la pequeña represa.
La fortaleza, que defendían, constaba de una curva de un  camino que tenia una calzada de piedra, una zarza y varios hierros de alguna maquina segadora que en el verano anterior quedo inutilizada por el desgaste, la fortaleza, la avían construido, juntando piedras, botes oxidados, palos, y otros objetos pesados que ellos mismos amontonaron unos junto a otros.
Honorio, evitó ese día su recorrido habitual, al verle, los niños le llamaron “Sargento” por que tenia la manía de hacer saludos militares, solían decir que en la guerra, había sido requeté y que una bala le había peinado  la cabeza.
Los críos  le hacían desfilar y se reían de él, el hombre cuando se daba cuenta, los perseguía y los chavales aún disfrutaban más de la broma.
La persecución en dirección a la pequeña represa próxima, comenzó de inmediato la joven desarmada con su pequeño en brazos esta vez, recorrió el  trayecto en unos segundos poniendo al niño pequeño al otro lado de la arroyo, mientras que la niña menuda y el niño rubito, armados con dichas lanzas hacían lo que podían para impedir que Honorio pasara, pero la fatalidad quiso, que los dos pequeños se resbalaran,  cayendo uno tras otro al todavía frío estanque partiendo las lanzas.
Honorio cedió, por un mecanismo de auto convencimiento todavía poco transparente, si bien no podía discernir, la situación.
Tomando a los dos infantes, que en aquellos momentos que podrían ser las cinco de la tarde, los saco del pequeño pantano, los niños temblaban ahora de frío, ahora de miedo, los subió por la pequeña cuesta  llamando por la puerta del patio, introdujo a los dos pequeños, en casa de los abuelos del niño rubito, lo primero que hizo la anciana, fue poner agua a calentar, quito las ropas mojadas de ambos, quedando los límpidos labios de aquella niña menuda, así como el pequeño bálano del niño rubito, a merced de aquella áspera toalla  de felpa con aquel exagerado olor a alcanfor.
Una toalla áspera, rascando sus secretos, sus propios sentimientos, es para ellos mismos, no diré que, pero tan reservado, que el secado de sus cerrados en si mismos, tan apartados de sondeos, y descubrimientos como el capullo mordido por un envidioso gusano, luego ambos pequeños consagraron sus bellezas al sol.
Un fuego que chispea en los ojos al ser sofocado, un mar nutrido por las lagrimas, una locura, una piel que ahoga una dulzura que conserva a Dios.
Hoy que a pasado el tiempo cuando los dos niños ahora adultos recuerdan el echo, se ríen recordando aquellos años de la infancia.
J.r.f.

viernes, 15 de marzo de 2013

RECUERDOS DEL AYER:

Hoy de nuevo llegan hasta mis recuerdos impresos a aromas de sal de bacalaos colgadas de un machón, de un sobrado de una casa del pueblo de Videmala.
Nuestros convecinos más jóvenes no intuyen ni siquiera la nostalgia que uno que aunque joven, ya no es un mozalbete, de aquellos que solían correr en bicicleta emulando a los panchos, pirañas y deixis y compañía cuando se murió “Chanquete”.
Hoy de nuevo al releer una historia que pudo muy bien transcurrir en Videmala en casa de un tío mío más bien tío de mi madre que tuvo, cantina y/ o taberna y/o ferretería, almacén, etcétera… una historia que comienza de la siguiente manera:
-¿Me dejas que descorra la cortina? Y yo en esos momentos se me viene a la memoria un postigo, de una puerta de madera.
-Siempre estaba sentado de la misma manera: su espalda contra lo oscuro de la pared del fondo; su cara contra la puerta,  hacia la luz y la memoria cavila infinita y piensa junto a la puerta de la cocina, mirando a la plaza.
-El mostrador corría a su izquierda, paralelo a su mirada. Una mirada, cansada de haber segado todo el día de aquel verano caluroso de mil novecientos cincuenta y cinco.
-Colocaba la silla de lado, de modo que el respaldo de ésta le sostuviese el brazo derecho, mientras ponía el izquierdo  sobre el mostrador, sujetando aquella jarra de porcelana que en un tiempo fue blanca, y que coloreada de vino tinto, daba la sensación de un color purpúreo.
-¿Me dejas que descorra la cortina?...
-Y él asintió con la cabeza, era un lienzo pesado, de tela de costales, seguro que de lana merina, de cuadritos rectangulares rojos verdes azules de unos diez centímetros por cinco.
Hoy es la tercera vez que releo dicha historia y los recuerdos vuelan, mis recuerdos, supongo que un tal Rafael no escribiera el texto pensando en aquella pequeña taberna, de Videmala, pues ni el titulo ni la trama, miento la trama si, pues río si tenemos, hoy el embalse casi lleno, en la bogaya si se podría recrear la trama perfectamente.
Pero no, no me refiero al embalse del Esla, me refiero a un río terciario, que recibe por la izquierda al Henares.
Recomendando a todos la lectura del mismo, me despido de vosotros, y supongo que dentro año o año y pico cuando vuelva a releerlo, su primera página me vuelva a traer los recuerdos de aquella cantina de mi niñez, una cantina que los flaxes,  olían a un olor indefinido mezcla de aromas de cola, limón naranja con otros olores de aquella primitiva congeladora.
Hoy me encuentro convaleciente de esta puta gripe, y por eso la melancolía, campa en mis pensamientos, y la historia no ayuda nada pues los finales no acostumbrados, me ponen más huraño, y sigo la lectura.
-La niña, no tiene por qué estarse aquí sacrificada todos los domingos; y en estos momentos pienso en la prima de mi madre, en las historias que me cuenta de cuando eran jóvenes preadolescentes.
Sigo leyendo y el río invariable, la juventud, la fiesta los baños, baños de sol, arena, y jóvenes, más jóvenes que yo, mis recuerdos viajan a aquella bogaya que nos bañábamos con o sin bañador, dependiendo si tenias permiso o no de los padres y/o abuelos, luego la caminata hasta el pueblo y cuando llegabas estabas seco, pero sigo con la lectura.
-Aquel rectángulo de sol se había ensanchado levemente, zumbaban moscas en la ráfaga de polvo, supongo que el olor a vino sobre la madera del techo de la bodega influía en ello.
Hoy el bar del pueblo se allá en otro sitio, pero el recuerdo sigue vivo de igual modo que si se pudiera ir a comprar cualquier objeto a aquel establecimiento.
Mañana, seguiré leyendo, las plasmaré o no eso es otra historia ggg… no le des más vueltas.
J.r.f.

domingo, 24 de febrero de 2013

La desconocida:

Si tú llegaste a los buenos libros,
Fueres con letra sombría,
Astilla saltada de semejante madero,
Que no pone bien los dedos,
En armas de fuego, o en cacerías,
Más siempre se chupa los dedos,
Si no tiene que pagar,
Pero si que criticar,
Y mostrar que es curioso.
Y pues la experiencia me enseña,
Que al que buen árbol se arrima,
Buena sombra le cobija,
En el pueblo se hace leña,
De astillas, madero, y rama.
De un noble Conde manchado,
Sucio por fuera y por dentro,
Ocioso de pocas lecturas,
De lengua larga y pelo cano,
Le provocaron demonios,
Que cual vecino furioso,
Temple el acero nervioso.
Si ruines, viejos, te humillan,
Con ruines cuentos te envidian,
No  te quejes del agravio,
Pues el cielo no le dio,
Hijos no, sobrinos.
Que saliese tan ladino,
Ni en saber vidas ajenas,
Que en lo que no va ni viene,
Pasar de largo es cordura.
Advierto que es desatino,
Teniendo un  horno humeante,
Tirarle madera al vecino.
Dile, al Conde sin juicio,
Que las obras que compone,
Se vaya con pies de plomo,
Que el que saca a luz pecados,
La pluma con su tinta negra,
Hiere más que la lengua viperina.
j.r.f.

sábado, 23 de febrero de 2013

UN CONDE :

El viejo Conde venido a menos, con su pelo blanco, su barba cana, de tres días, sin lavar. Bestia una camisa, que casi reventaba las botónelas, por su principio de obesidad mórbida. Los pantalones, que un día fueron de camuflaje, hoy le colgaban de las caderas llenos de manchas, y remendados a la altura de las rodillas, sujetaba una hogaza en la mano derecha, y encima de esta una cuarta de chorizo tierno recién asado, en la izquierda una navaja recién afilada, cortaba despacio aquel chorizo asado, y lo engullía, cayéndole la grasa   por la comisura de los labios,   mientras escuchaba atentamente la conversación que el  presidente, mantenía con sus miembros de gobierno.
El Conde contaría alrededor de sesenta años, halcón níveo,  cetrino, suspicaz, de oreja y lengua viperina, paso corto y buen yantar, no perdía detalle aunque no hubiera sido invitado oficial mente a aquella reunión.
 Después de engullir, su parte de aquel banquete, limpio las manos a los pantalones, amojamados, y se dirigió a la puerta del local, no sin antes coger la garrafa de vino tinto, y escanciar directamente en su boca media cuartilla, la puerta se le escapaba a derecha e izquierda, pero al final consiguió atravesarla, y no caerse por el precipicio de la rampa de acceso, a lo lejos en una era, tenia dos caballos, enganchados a una calesa.
Llovía, aquel día, de finales de invierno, y el Conde, llego a su castillo derruido, sin ventanas en las almenas, los huecos de estas, miraban hacia la calle como animal desdentado.
La traición, fermentaba, en su cabeza,   igual que la copiosa cena se digería en su estomago, paso toda la noche lloviendo, y al evocar la aurora, escarlata, el orto límpido,  sin nubes,  acompaño al conde y dos o tres secuaces a efectuar el desafuero dejando entre todos al presidente, y a los miembros del gobierno, enemistados con sus colindantes, homólogos.
Aquel día el Conde, celebro la gesta, comiendo y bebiendo, aquel puerco salvaje,  en solitario, la soledad, seguiría siendo, la amante perfecta, de aquel necio, pícaro, desaliñado.
Los secuaces, villanos, hicieron lo propio, en sus viviendas, pero esa ya es otra historia.
j.r.f.

miércoles, 23 de enero de 2013

BRINDO POR TI:
Endrina bermejita te bebo,
Pruna cetrina te amo,
Bebida de óbito yo vivo,
Aguardiente de vino yo bebo,
Para olvidar que te he amado.
... Brindo, bebo y amo,
Amo el sueño que he vivido,
Vivo soñando tú olvido,
Olvido que bebo este vino,
Vino que la salud arrebata.
Brindo con esta bebida,
Bebida de mi perdición,
Perdición cárdena de vino,
Vino que bebo y olvido,
Que vivo, bebo y olvido,
Olvido tú olvido y bebo.
El túmulo más cerca la vivo,
Vivo bebiendo tú olvido,
Olvido que bebo y te amo,
Amo el sueño que he vivido.
Por eso brindo,
Brindo, bebo y amo,
Amo el sueño que he vivido,
Mi óbito será el olvido,
Y tu rostro será olvidado.
j.r.f.

miércoles, 16 de enero de 2013

PRUNA:
De la insondable frondosidad en calma,
Salen dos ofidios,
Tensas, espirales,
Por encima de las hojas,
Levantan su penacho y sus pechos,
Tus senos me recuerdan a la espesura.
Cotorro, galaza, y de nuevo subiendo,
Y en el pináculo, auroras,
De roció,  albugíneo.
El  desconsuelo, la bruma,
Una borrosa niebla,
Tú en medio de la bruma.
Boscaje frondosa espesura,
Y debajo el torrente,
Regato de dicha.
La bruma la nada,
La niebla, el óbito.
La calva me sonrió,
Medusa, cancerbera,
Cotorros, laderas, galazas,
La rucia cara,
Se perdió en la bruma.
La niebla, el reposo,
La ausencia,
De tu disminuida andorga,
De tus afligidos senos,
De tu bermeja cabellera,
Solo quedo la bruma,
La ausencia, la nada.
 J.r.f.

domingo, 13 de enero de 2013

Tal día como hoy:
En el momento que consumí mi fallo,
Coexistí vació y olvidado,
La dama falleció de pesadumbre,
Mi germen y moneda expiro,
Vivo honorable,
Se extinguió afligida.
Él análogo a su  inherente retoño,
A baldes pino portó,
Él análogo orado la sima,
Tarareando súplica.
El lábaro incrustado,
En la frondosidad,
Sin embargo evoca,
Y invariablemente conmemora,
El óbito de Aurora.
Polvareda sepultada,
En arboleda frondosa,
Que a no ser por bráctea,
De la cruz de aluminio,
Nadie vio por el camino,
Ni cruz, ni polvo ni Aurora.
Descendiendo a baldes pino.
J.r.f.