UN
CUENTO DE HADAS:
La crin
taheña de la zagala caía en cascada sobre el rostro del hombre que se azogaba
en su regazo, la moza acurrucaba a su amigo cuyos estentóreos sincopes movían los
dos cuerpos al unisonó, el hombre rubio, castañeteaba sus dientes, exhalando la ultima savia de su existencia.
La sanguinolenta
herida de la espada de hielo, clavada en el pecho del mago, dejaba borbotones carmesí
en la profunda nevada de aquel arroyo que
ahora pintado con la linfa encarnada, contrastaba con el paraje níveo.
La punta
del punzón de hielo se derretía lentamente con el último calor corpóreo del mago, la
mujer, apoyando el cuerpo del amigo en aquel manto de nieve, acerco su cuerno
de marfil a la herida, que cicatrizo de inmediato.
El
unicornio, que aunque naciera humana, al llegar a su mayoría de edad y al morir
su padre en circunstancias extrañas heredó unos poderes extraordinarios que fue perfeccionando
con el tiempo, ella no podía si no más que dar poderes a otras personas, ella
no podía utilizar la magia, aun así lo intento por enésima vez.
El mago
ahora libre del tempano que la perforaba las entretelas, hervía en su interior, las prostaglandinas
en el hipotálamo estaban concentradas de manera exagerada.
Los ojos
añiles del unicornio ahora otra vez en forma de bella joven pelirroja, plañían de
rabia e impotencia, pues se sentía inútil en tamaña afrenta.
Cuando el
mago comprendió que su hálito se escapaba en cada una de sus exhalaciones, acerco su boca al oído de la zagala corroborando
lo que ella ya savia de antemano, siempre lo había sabido, sin embargo le gusto
que le dijera que él la había amado desde aquel día de ya hacia tantos años,
pronto se conmemoraría ya un siglo del día en que el ya mozo, conoció a la
adolescente pitusa bermeja, todavía sin saber ninguno de los dos que a los
pocos años, ella sería el ultimo unicornio,
y el su amigo el mago tan famoso en que se convirtió.
Maribel,
amiga inseparable de la joven unicornio, también poseedora del don de la magia,
observaba la escena con tristeza, impotente también, recordaba como pocos días
antes aquellas dos personas que ahora yacían en el blanco suelo uno encima del
otro, se habían solazado deshaciendo la yacija en la alcoba de
aquella casa blanca de la ciudad.
El último
aliento del mago exhaló su aurea ánima sobre el regazo de la mujer unicornio,
dejando esta escapar un grito de dolor que rasgo el silencio invernal de aquel
tranquilo paraje.
La comitiva
de caballeros de folgar, con sus
pendones al viento todos ellos con crespones negros, acompañaban al finado mago
hasta la ciudad abría la procesión el
unicornio cogida del brazo de Maribel, su inseparable amiga.
Después
de velar al difunto mago, lo trasladaron al túmulo de la sima de aquel
camposanto en la cumbre del cotorro con vistas a la población.
El celeste,
raza esta que había habitado desde tiempos inmemoriales en las nubes, y que no se avían dado
a la visión de los humanos hasta hacia muy pocos siglos, oficiaba el funeral,
con su voz serena, daba ánimos a todos los amigos del mago inerte en el fondo
del hoyo.
Después
de la profunda náusea, y mientras el vomito
de la taheña mujer unicornio, mientras los presentes cubrían de tierra el
túmulo de los restos mortuorios del mago, cogiendo el vientre con las manos, comprendió
que aunque ya en su madurez en su interior crecía una criatura, supo de
inmediato que la hija del mago y del unicornio podría cuando cumpliese la mayoría
de edad, transmitir también la magia, seria a su vez el último unicornio, esta
vez su plañido fue de alegría, levanto sus ojos azules al cielo plomizo, haciendo
un guiño a quien ella savia que ya estaría junto a su viejo padre, juntos en
aquel universo paralelo, en la cara oculta de la luna.
La pequeña
niña nació a los pocos meses, su pelo ensortijado aleño, cubría unos ojos
esmeraldas los que la vieron nacer la llamaron acertadamente “Pruna” la pruna
cetrina .
J.r.f.
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