lunes, 17 de noviembre de 2014




Y MARIBEL SALIO:

Se saludaron, la amistad de antaño, les traía recuerdos añejos, no la había vuelto a ver desde el pasado verano, su saludo  de amistosa hermandad,  pronto dejó  paso a un roce inesperado con el belfo de la geta de la aurea zagala, el ápice de ambos se entremezcló explorando los mutuos álabes.
No les importó que Maribel, los observara, la joven, salió discretamente de la casa aquella lluviosa tarde de noviembre, para que la reciente pareja de maduros amigos, deshiciesen la cama, la lluvia tras los cristales empañados golpeaba rítmicamente al compas de los envites de los dos cuerpos yermos de edad incierta, los mimos en el lóbulo  empapado ,de la  meretriz  impronta  de la muchacha los nimbos henchidos, de los penachos de sus senos, al ser atajados  por las desabridas  manos del gentilhombre, de ojos color avellana, como si fuesen riendas invisibles de aquel galope irregular, los  dos húmedos   cuerpos, pujando  encima del desdichado jergón llegando  al apogeo, la nívea linfa del Príapo incido del macho, irradiada en el espinazo de la fémina, erro rumbo al bandullo de la hembra jadeante.

 Maribel, empapada por la lluvia y  muerta de frio, regresó no sin antes dar un tiempo prudente,  media hora, que a su entender era lapso  suficiente para que  la yunta de eróticos   y veteranos  amigos hubiesen terminado de amarse.
Los pillo sudorosos, pero no dijo ninguna observación, la tarde siguió sin más novedad.
Las dos mujeres se despidieron del mozo, pues al alba saldrían de regreso a sus vidas,  un viaje que las llevaría al otro extremo de la península, a la orilla un mar, calmo, una vida llena de sus quehaceres cotidianos, salpicada de dichas y desdichas, junto a aquel hombre que un día de hacia tanto tiempo enamoró a la bermeja joven, separada, tan dolorosamente de aquel cerril  ser.

No volvieron a hablar del suceso, acaecido esa tarde, pero sus caras lo decían todo, luego  a última hora justo cuando se dieron las buenas noches, prometieron que siempre estarían unidos, aunque solo fuesen dos veces al año siempre que pudiesen repetirían los hechos acaecidos aquel día.
Se volvieron a abrazar, los besos ya no fueron de forma furtiva, su efusiva calma, tardando una eternidad en darse las buenas noches, la  despedida ese día fue  la más feliz que se habían dado en los treinta años de aquella relación de amistad, aquella noche soñarían cada uno con el otro,  ya no tendrían que soñar, con hipotéticas relaciones, por fin habían dado el paso definitivo,  la espera hasta la próxima vez, ya no sería incierta,   esta vez seria corta.
Pero el futuro, “El futuro de ver, muy difícil es”, el futuro juega con las gentes a su antojo, quien sabe si en  los días futuros nos volverá a acarrear otra situación semejante, yo te esperaré todos los días de mi vida, y conmemoraré aquella fría y lluviosa tarde de noviembre.
Hasta ese día mi amor,  en la distancia te acompañaré, velando tu ánima en esa necrópolis fría y húmeda.

Hasta el fin de mis aciagos días te amaré siempre.
J.r. f.

 

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