EL
OBSERVADOR:
Todo
sucedió en una alcoba cualquiera de de una morada cualquiera de una ciudad del
noroeste peninsular donde aquel día y por casualidad un vano tragaluz abierto a
mi curiosidad, la observación en principio disimulada de la estancia cuyo suelo
de gres con imitación a un mármol con betas plomizas y dependiendo la luz otras
se transformaban en un color cúprico, dependiendo de los reflejos del astro
rey.
También
pude observar a mi derecha justo de frente desde mi puesto de vigía, un
televisor cuya pantalla Bruna estaba
apagada, justo debajo unos leños esperaban ser atizados en el fuego, una figura
alada, gualda, sostenía una especie de
columna todo ello dentro de la misma figurita, que pudiera ser de pan de oro,
otra figura alada con su espada
inhiesta, acompañaba a un candelabro cuadriforme, con un velamen superior, que
lucía escoltado por dos elefantitos de porcelana, a ambos lados del mismo, por
el lado izquierdo, se completaban clones idénticos de los mismos adornos, todo
ello en la encimera de un hogar, chispeante, de una chimenea de leña.
Una
lámpara de pie, con pantalla velada en zaíno tejido situada en la esquina
izquierda de la alcoba daba una luz tenue a la estancia, mas adelante un
candelabro en escala con su parte central elevada de siete brazos de forja,
este con sus velas humeantes perfumaba la alcoba de ese olor peculiar a cerumen
una caja con una especie de góndola de un teléfono antiguo, completaban la pared
de aquella parte, una mesa central, llena de libros completaba el conjunto de
la estancia.
La
pitusa bermeja sujetaba una pluma de ganso en su mano derecha, justo por debajo
de un tatuaje circular que en un principio pudiera ser un símbolo celta, aunque
visto con detenimiento en el interior de un primer círculo con letras runas, existe
lo que se pudiera identificar con la letra omega del alfabeto griego, con la
otra mano sostenía un libro, de piel
azabache, de su cuello largo colgaba un medallón, con el icono de una fémina morena, con una
especie de cofia, pudiendo ser alguien de su pasado, dicho medallón llegaba a
la canal de su regazo, coronado por dos hirsutos penachos marrones,
La mesa
me oculto momentáneamente el talle de la
muchacha, poniendo en jaque mi imaginación ya entonces calenturienta, asunto
que quedó inmediatamente aclarado cuando la zagala se incorporó dejando a
merced de mis ojos furtivos, su triangulo intimo, de guedeja bermeja, ensortijada, y el belfo carmesí de su cuadril, fúlgido.
La moza
paseo por delante de mi furtiva visión, sin ni siquiera imaginar que mi sofocante
Príapo, pomposo estaba a punto de
estallar, por aquel deleite inesperado, el estrepito fue inmediato, irrigando mi anatomía.
Luego después de una ducha fría, tome la
decisión de conocer a aquella alba mujer, que viviera al otro lado de la calle,
de una calle soleada de patios traseros, cuyos vecinos nos conocíamos desde
siempre, viéndola desde aquel día con otros ojos.
Cuando
le conté lo acaecido el día anterior, ella sonrió me tomo entre sus brazos me
besó en los morros, y luego con su voz aterciopelada me afirmó que ella era de
otro querer, que mi oferta llegaba unos veinte años tarde, pero que la amistad
siempre estaría con nosotros, y que su ventana siempre estaría abierta a mis
furtivas miradas.
Desde
entonces paso libidinosas jornadas mirando a través de aquel tragaluz, ella me demuestra cada día su amistad incondicional, y yo vivo más que
agradecido, mi filantropía eterna siempre acompañará sus largas tardes
estivales.
Ella
mira al cielo a través de la pequeña abertura acristalada, imaginándome en la
distancia, y sonríe, sabe que yo la observo desde mi atalaya cercana, se toca
su intimidad, y los dos soñamos, ajenos a las críticas que parentela con
tirria, pueda tener.
Pasado
mucho, mucho tiempo sucedió lo que tenía
que suceder.
Pero
eso ya es otra historia.
J.R.F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario