HISTORIAS
PARA NO DORMIR I
La
niebla envolvía la era, vista desde la puerta del bar, que miraba a la plaza de
le iglesia de aquel pueblo, del noroeste peninsular, el hombre, que en tiempos
joven estaba sentado observando aquel dos caballos añil, aquel hombre recordaba
que ella, la pruna esmeralda, en
ocasiones criticaba aquel vehículo, y
sonreía imaginando aquel día que ella bromeaba con risueñas anécdotas de
huevos, y si rulos.
La
humedad recorría la cara de él, brotando perlas de agua en su pelo ralo, y ya
níveo, era el único transeúnte, de
aquella plaza, que en su totalidad estaba ocupada por un frontón, adosado a la
iglesia.
La
ventana de la sacristía, iluminaba un girón de aquella calle, en aquella noche,
miro y vio, que la fosca calígine, blanca, de la calle solitaria, aquel vaho
húmedo, y el alcohol ingerido por el todavía
mozo, a pesar de que ya tenía más o menos medio siglo, o por el hecho de que
pasó aquel día de aquella efemérides, que en memoria de la joven bermeja, pasó
recordando la herrumbre del portón, y el túmulo que la cubría para siempre.
Tomando
con la mano izquierda la botella de aquella vivida aguada, dio otro fuerte
trago, ya sus ojos inflamados por el vagido, húmedo de aquella noche de
octubre.
Velada por
el celaje nocturno la huera figura de cabellos con reflejos dorados, apoyo en su hombro una mano huesuda, el escalofrió
que sintió el hombre en su ánima, al girarse lentamente, contemplando la geta
de la aparición, que sujetaba ahora ya con sus dos manos desocupadas, pues la botella
de vidrio verdoso, rodaba por el suelo, desapareciendo bajo los neumáticos del
coche, él apoyo sus húmedos labios, sobre el belfo carmesí de la albar figura,
cerrando los ojos, color miel, sabiendo que
la ilusoria figura se desvanecería en su tacto, y deseo con todo ser, una última noche de lascivia intensa con la
pitusa de sus sueños, cuando abrió los ojos ella ya no estaba, la oscuridad era
total, palpo el perímetro continuo a manotazos, estaba, en un lugar de apenas
60 por 50 por 1,80.
La rubia
plañía desconsolada sobre la yacija del túmulo de piedra de granito de aquella herrumbrosa
puerta que en su leyenda ponía 1935, una
pena honda desdicha, por la pérdida tempranera de su amor de juventud.
Aquel día
de todos los santos, las flores que depositaban en aquel poco transitado lugar,
embriagaban las fosas nasales de la bermeja anciana, la helada escarcha que caía
con la cencellada, cubría su ensortijado cabello leonado con un tenue manto
blanco, las húmedas lágrimas de sus ojos
azules, se solidificaban de inmediato
por el relente del viento.
Primero
tuvo la sensación de un escalofrío que subiera desde sus tobillos hacia las
rodillas apoyadas en el frígido terreno, llegando hasta el fondillo del belfo
de su intimidad, dotándola de un placer íntimo.
El níveo
paisaje de aquel silencioso lugar, solo alterado por la curiosa silueta
deshelada sobre el montículo de terreno, cubriéndose poco a poco con la
escarcha que seguía cayendo en el suelo desigual.
A dos
metros de profundidad, dentro del féretro de madera, una pareja de amantes, gozaban
lujuriosos y excitados por aquellos juegos carnales, lejos de las miradas furtivas de nigún curioso.
Pronto será
la evocación del recuerdo de ánimas que
campan por el mundo en pos de personas en pena, preguntando por las calles a
todos:
Habéis sido
buenos gggg…
J.R.F.
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