martes, 7 de octubre de 2014


HISTORIAS PARA NO DORMIR I

La niebla envolvía la era, vista desde la puerta del bar, que miraba a la plaza de le iglesia de aquel pueblo, del noroeste peninsular, el hombre, que en tiempos joven estaba sentado observando aquel dos caballos añil, aquel hombre recordaba que  ella, la pruna esmeralda, en ocasiones criticaba aquel vehículo,  y sonreía imaginando aquel día que ella bromeaba con risueñas anécdotas de huevos, y si rulos.

La humedad recorría la cara de él, brotando perlas de agua en su pelo ralo, y ya níveo,   era el único transeúnte, de aquella plaza, que en su totalidad estaba ocupada por un frontón, adosado a la iglesia.

La ventana de la sacristía, iluminaba un girón de aquella calle, en aquella noche, miro y vio, que la fosca calígine, blanca, de la calle solitaria, aquel vaho húmedo, y el alcohol ingerido por el  todavía mozo, a pesar de que ya tenía más o menos medio siglo, o por el hecho de que pasó aquel día de aquella efemérides, que en memoria de la joven bermeja, pasó recordando la herrumbre del portón, y el túmulo que la cubría para siempre.

Tomando con la mano izquierda la botella de aquella vivida aguada, dio otro fuerte trago, ya sus ojos inflamados por el vagido, húmedo de aquella noche de octubre.

Velada por el celaje nocturno la huera figura de cabellos con reflejos dorados,  apoyo en su hombro una mano huesuda, el escalofrió que sintió el hombre en su ánima, al girarse lentamente, contemplando la geta de la aparición, que sujetaba ahora ya con sus dos manos desocupadas, pues la botella de vidrio verdoso, rodaba por el suelo, desapareciendo bajo los neumáticos del coche, él apoyo sus húmedos labios, sobre el belfo carmesí de la albar figura, cerrando los ojos,  color miel, sabiendo que la ilusoria figura se desvanecería en su tacto, y deseo con todo ser,  una última noche de lascivia intensa con la pitusa de sus sueños, cuando abrió los ojos ella ya no estaba, la oscuridad era total, palpo el perímetro continuo a manotazos, estaba, en un lugar de apenas 60 por 50 por 1,80.

La rubia plañía desconsolada sobre la yacija del túmulo de piedra de granito de aquella herrumbrosa  puerta que en su leyenda ponía 1935, una pena honda desdicha, por la pérdida tempranera de su amor de juventud.

Aquel día de todos los santos, las flores que depositaban en aquel poco transitado lugar, embriagaban las fosas nasales de la bermeja anciana, la helada escarcha que caía con la cencellada, cubría su ensortijado cabello leonado con un tenue manto blanco, las húmedas lágrimas de  sus ojos  azules, se solidificaban de inmediato por el relente del viento.

Primero tuvo la sensación de un escalofrío que subiera desde sus tobillos hacia las rodillas apoyadas en el frígido terreno, llegando hasta el fondillo del belfo de su intimidad, dotándola de un placer íntimo.

El níveo paisaje de aquel silencioso lugar, solo alterado por la curiosa silueta deshelada sobre el montículo de terreno, cubriéndose poco a poco con la escarcha que seguía cayendo en el suelo desigual.

A dos metros de profundidad, dentro del féretro de madera, una pareja de amantes, gozaban lujuriosos y excitados por aquellos juegos carnales, lejos de las miradas furtivas de nigún curioso.

Pronto será la evocación del recuerdo  de ánimas que campan por el mundo en pos de personas en pena, preguntando por las calles a todos:

Habéis sido buenos gggg…

J.R.F.

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