EN UN LUGAR,
UNA NOCHE:
Todo empezó
aquel día, en la antigua escuela de las niñas, la pareja de tórtolos entró por
el portal en forma de arco de ladrillo rojizo, el portal situado hacia levante,
elevado dos escalones del nivel de la calle, estaba frente a la era de la
localidad, el edificio blanco de cal incólume, de varias plantas de altura, aquella noche, de
fiesta local, dejaba a aquellos bailarines, en el local anexo, donde antiguamente
fuesen las aulas, hoy recuperado como local de ocio y tiempo libre, la gente festejaba
el festejo bebiendo, bailando, en fin viviendo la fiesta.
Ellos dos
ya se conocían de antiguamente, aunque jóvenes todavía, aquella noche no sé si
por el vaho del alcohol o la inercia de los hechos, una cosa llevo a la otra, salieron
minutos antes de la juerga, dejando atrás
la música, tenían la intención de ir hacia la era, pero el instante de ver la
puerta abierta de la antigua casa del maestro, cambiaron de opinión, el cogió a
la zagala de la mano, introduciéndola por la puerta entornada de vidrio y
hierro, que se abrió de izquierda a derecha dejando a la vista dos o tres
metros de pasillo, de frente un muro y a su derecha la cocina, una cocina
antigua ,“económica” así llamaban en el pueblo a las cocinas de encimera de
carbón, que en aquella época del año, se
mantenía apagada, pero ellos fueron al otro extremo de la vivienda, saliendo
por una especie de comedor a un pequeño patio de luces donde una higuera de higos
negros frondosa dejaba el fruto descuidado a una manada de estorninos que festejaban
quiméricos al compas de la música, la luna en cuarto menguante, iluminaba tenuemente
la escalera de mano, apoyada en el bocarón de la pared, en la parte inversa de la puerta de acceso al
patio, subieron con sigilo, como furtivas sombras.
Sortearon
a varias parejas, vivaces, bultos en aquel suelo de tarima moviéndose rítmicamente,
supuestamente en un compas de milenios de antigüedad, llegando a una sala
despejada, él cerró la puerta después de que la fámula entrase en el cuarto, una puerta
estrecha con un astillón de algún percance de los años pasados desde que los
albañiles de la localidad la pusiesen a prestación personal, el jersey blanco
con dos, no se mis recuerdos, no llegan a recordar muy bien a lo mejor tres líneas
en zigzags, no recuerdo si azul marino o negro culebreaban en aquel tejido de
lana virgen.
La rapaza
de pelo albo, de media melena, cuyas puntas se le metían en las comisuras de
los labios, sonrió, pasando un inútil pestillo para mantener la puerta cerrada,
luego, sacando la prenda por la cabeza dejo a la vista de supuestamente el que
narra esta historia, sus dos no sé difusos bustos, él ya acariciaba lampiño inhiesto,
ignorante de tales sensaciones, ella guio su balano en la oscuridad, limpiando primero
la eyección del núbil hombre, con una prenda que pudiese ser el zahón de la
infanta, después de aquello duro unos quince minutos su éxtasis, luego
la algarabía, y la tele transportación a la fiesta.
Sonaba en
aquel momento un bolero de Armando manzanero…
Adoro,
La calle
en que nos vimos,
La noche
cuando nos conocimos,
Adoro,
Las cosas
que me dices,
Nuestros
ratos felices,
Los adoro
vida mía.
Bailaron,
bebiéndose las lagrimas mutua de cada uno, él piso aquel zapato y ella rió, enjugó
el llanto del hombre, y siguieron bailando
muy pegados, casi eran una persona en dos mitades.
Adoro,
La forma
en que suspiras,
Y hasta
cuando caminas,
Yo te
adoro vida mía.
Los
brumosos hechos acaecidos después en el transcurso de la velada hasta horas indecorosas,
hoy no vienen a mi recuerdo, siento un celaje,
propio de una quimera, cuyo desvelo, temo hoy más que nunca, que por falaces oraciones
de mi verbo iluso, hoy viene a mi
memoria aquel día en el que el amor con mayúsculas triunfo.
Yo te
adoro vida mía.
Hoy vino
a mi recuerdo una difusa realidad, y quizás ensueño de aquella noche festiva de
hace tantos años, yo ya no sé si son mis recuerdos, reales o fruto de mi deseo,
esta noche volví a humedecer mis sabanas blancas rememorando la hipotética velada
festiva, recordando a la bermeja pitusa de cabellos ensortijados, que marchara
hacia levante con la madrugada del día siguiente, y hasta hoy no he sabido de
ella, supe que vivía ahora “ feliz”, en un pueblo con mar, hoy vino a mi
recuerdo y llore, recordando su aroma ya difuso en mi recuerdo.
Hoy puedo
recordar con reminiscente evocación
hechos difusos, pudiendo narrarlos en esta epistolar fábula, pero entraría en otra
historia.
J.r.f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario