miércoles, 25 de abril de 2012

EL JINETE:
En las montañas de León que existe la peña viña el jinete solitario montado sobre aquel corcel negro, andaba al paso, sin prisa por aquella vereda que transcurría de este a oeste.
La nieve cubría el camino, las tierras altas a su derecha, y las bajas a su izquierda,  la ladera nevada dejaba presagiar un pequeño arroyuelo que deslizaba sus aguas de norte a sur.
El jinete cubierto con una capa negra, y en su mano izquierda una gran hacha de doble filo, encabrito en ese momento su corcel, dominándolo continuo por la vereda que subía una pequeña cuesta para poder bajar de nuevo otra pendiente.
La sangre, le caía despacio, de la herida abierta, en el lado izquierdo del pecho, pero al ser uno de aquellos seres humanos raros, la saeta, no le atravesó el corazón, pues él lo tenía en el lado derecho de su pecho.
La cenceñada cubría este nuevo regato que también trascurría de norte a sur,  pero esta vez las aguas de un color rojizo, destacaban sobre el blanco impoluto del hielo.
Subiendo la última cuesta antes de llegar a su castillo, se podía observar la torre del homenaje situada a la derecha de una luna casi llena.
La herida continuaba sangrando, al llegar a una gran era, situada a una milla del castillo vio a una figura vestida de negro con una gran guadaña cruzada en las manos, la constelación de Orión, situada a su izquierda las estrellas cubrían el firmamento nocturno.
Las ruinas del castillo ya sin techumbre, dejaban al descubierto una nave central, situada de este a oeste, en la parte este un arco, todavía en pie, separaba la parte de la vivienda de la parte propiamente militar de aquel castillo con las habitaciones de  Hermenegilda, al lado sur de dicho arco, al fondo oeste la torre del homenaje, y en ella una gran campana sonando por el poco viento del noroeste que en aquellos momentos existía, dom… dommm… Tañendo sin cesar.
Una procesión de hombres, vestidos con capas pardas, sacaban de los escombros a  Hermenegilda, una mujer morena, de unos treinta años, bestia un vestido negro, y su dilatada tripa daba a entender su avanzado estado de gestación, la palidez de sus mejillas, en otro tiempo sonrosadas, y su inerte cuerpo, violo el jinete, bajándose del caballo, cubriendo el cuerpo inerte de la mujer, con su propio cuerpo, en ese momento su alma abandono el cuerpo de aquel hombre que tanto amo a aquella mujer.
La comitiva de hombres desfilo hasta el campo santo situado en un alto de una ladera próxima, enterrándolos juntos,  mientras los cuervos volaban alrededor del castillo, pusieron la adarga de ella, sobre la tumba, una adarga circular con una serpiente cruzada por dos espadas.
La luna llena se ponía de un color rojizo, sobre la lejanía.
Pasaron siglos y en aquel lugar una lapida se podía leer busca la muerte…. Busca la muerte …

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