lunes, 13 de abril de 2015


HISTORIA DE ANTAÑO:

Losacio de Alba 1936:
 

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti ita, la pequeña iglesia de la aldea abarrotada aquella mañana , el fraile, hermano de la mitad de los feligreses oficiaba el sacramento de la liturgia mística, serían las trece horas del día trece de abril, en el exterior de la cripta, la lluvia golpeaba tenuemente el cristal del rosetón de la linterna, Cari Fratres, continuo el fraile, nos hemos aquí reunido ya en un castellano propio  de gentes que han pasado la mitad de su vida en país errante, hoy junto a esta pareja, junto al hermano, había una pareja de novios, él con uniforme militar, teniente del ejército regular,  junto a él, ella vestida de blanco impoluto, joven, de cabello  fuliginoso de  edad incierta, de rechoncha , cara anular y nariz incierta , sonreía a todos iluminando con sus ojos ocelos  las ánimas de todos los congregados en la pequeña población, un poco de silencio por favor, la celebración después, dijo el monje estamos aquí reunidos para celebrar el sagrado matrimonio de estas dos personas.

Pero el murmullo en vez de amainar aumento, las gentes, miraban a la puerta del templete, murmurando ya no prestaban atención al oficiante, la nave de la pequeña ermita de santa bárbara, situada con el campanario a poniente, el retablo situado a naciente, la puerta de entrada a mitad de la nave central, de espaldas al sol se hallaba situada a la izquierda, los asistentes se arremolinaron en el portón  de maderos gruesos de roble, con clavos de hierro forjado por un herrero de la localidad, claveles oxidados remachados por el interior por férreos contrafuertes, alguien se levantó, cerró la puerta,   la aprensión  se apoderó del ánimo de todos los sitiados, la sacristía a continuación del portón, ya después de la cúpula del tabernáculo   principal, tenia velada detrás de un mamparo, una siniestra oquedad, los primeros en pasar por él fueron la pareja, que a todos efectos, a partir de ese instante ya eran marido y mujer, luego abandonaron la capilla por el bruno pasadizo niños, seguidos de mujeres, ancianos y machos fértiles, los hombres que no estaban catalogados en ningún grupo, quedaron dentro, junto con el sacerdote, protegiendo el pórtico del ariete de la incivilizada orbe de carcas, atacantes del receptáculo sagrado.

Las teas, revotaban en los refaldos de una lonja amohecida por el paso de tiempos pretéritos, que la humedad del día aumento su función de ignifuga techumbre, asediada por los milicianos, gentes dóciles, que fuesen conciudadanos de los vecinos asediados, hoy azuzados por pérfidos oficiales de juntas de ofensivas nacional sindicalistas, con amenazas, hombres menesterosos que compelidos a salir de su hábitat humilde, luchan bajo el pendón del déspota, caudillo carca anheloso de riquezas futuras, hombres con familias iguales a aquellas que estaban hoy sitiadas dentro del sagrario, en un numero incierto, los milicianos, rodeaban el sacro monte, los camiones aparcados en la era no muy lejos de la pequeña iglesia, solamente vigilados por un par de  milicianos, con camisa náutica, boina escarlata, y pantalón que a la altura del pernil se hinchaba  con desmesura su color  kaki, un tirante en bandolera pasaba por el hombro diestro, sujetándolo con un botón un ojal disimulado por el correaje.

El orbe colérico, bajó calle abajo, en dirección poniente, pasaron por el centro de la aldea, bajando poco a poco hasta la misma orilla del río, cuyos meandros, recubiertos de alisos, daban riego a unos huertos situados a diestra y siniestra de la corriente del agua, la mala fortuna de aquella muchacha que aunque no moza, aparentaba  su corta edad, pero ya su enjuta figura famélica,  de panzadas de tocino añejo, desnutrida solo la enorme preñez de su tripa de más de seis meses, abultaban ya sus senos bisojos por falta de sostén, cortaba heno con la guadaña, siempre al cuidado de una párvula   morenita  calco de la ávida joven.

El orbe cortejo, cuando ya su furor disminuido por las horas de brutal acecho al poblado, viendo la pareja de hortelanas, segando hierva junto a un rucio, su nublo pensar se ofuscó, embriaguez de multitud eufórica, los llantos, voces, esfuerzos de la madre por salvar a la núbil criatura de las garras de orbes enfurecidas, de milicianos sedientos, dio paso a horrores cuando aquel joven rubio, de ojos color miel machete en mano corto, las dos muñecas de la pobre polluela, arrojándola sin más a un pozo de un huerto vecino, mandando a dos compinches de la milicia montar guardia en brocal del mismo, trascurrida toda la tarde de aquel mes de abril, la milicia abandono el asedio a la localidad.

O eso fue lo que pretendieron que creyeran los lugareños, cuando  ensalzados varones encabezados siempre por el recién casado, el fraile y otros lugareños acabaron de sacar de la ergástula bruna  al cuerpo tembloroso de la ninfa sollozante, vendaron sus heridas con lino, embalsamado de aceite de oliva, telas de araña y coronas de jara, emplaste tradicionalmente curativo, cuando todo hubo pasado la mala fortuna hizo que de un lóbrego anejo saliesen los milicianos, pillando en descuidos a tales salvadores, la fortuna hizo que saltaran al interior del pozo, mientras los proyectiles pasaban rozando sus anatomías.






Aquel bermejo jefezuelo, sirviente del líder carca,  que acaudillaba aquel sin sentido, mandó a un burdo, bruto seguidor que bajase al pozo, y que izase a cada uno de los allí ateridos sujetos, casi al borde de la hipotermia, dándoles la apostura de una expiación  rápida, en la nuca, a quemarropa, la deflagración causada impulsa la  masa meníngea esparciéndola, finado, indoloro, todos y cada uno fueron izados llevando la misma suerte, dejando a los tres últimos, el teniente del ejército regular, recién casado, al fraile y a otro zagal escogido por la diva  fortuna,  acervo del destino tarambana,  poniendo tres cruces en forma de equis, ataron a los sujetos a ellas, dejándolos morir de inanición después de muchos días de ayuno, cuando los milicianos se cercioraron de la muerte de los reos, abandonaron la localidad, dejando la orilla del río empapada del matiz púrpura de la sangre, y el ambiente sahumerio de ponzoña de finados difuntos yaciendo sin túmulo.


Los hechos aquí relatados me los conto un hombre entre sollozos, un hombre, de avanzada edad, calculo que unos ochenta y dos años, me afirmo, que fueron exhaustivamente tal como me los relató, yo solo los he transcrito, espero os guste, y reflexionemos todos.

J.R.F.

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