HISTORIA DE ANTAÑO:
Losacio de Alba 1936:
Losacio de Alba 1936:
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti ita, la pequeña iglesia de la aldea abarrotada aquella mañana , el
fraile, hermano de la mitad de los feligreses oficiaba el sacramento de la
liturgia mística, serían las trece horas del día trece de abril, en el exterior
de la cripta, la lluvia golpeaba tenuemente el cristal del rosetón de la linterna,
Cari Fratres, continuo el fraile, nos hemos aquí reunido ya en un castellano
propio de gentes que han pasado la mitad
de su vida en país errante, hoy junto a esta pareja, junto al hermano, había
una pareja de novios, él con uniforme militar, teniente del ejército regular, junto a él, ella vestida de blanco impoluto,
joven, de cabello fuliginoso de edad incierta, de rechoncha , cara anular y nariz
incierta , sonreía a todos iluminando con sus ojos ocelos las ánimas de todos los congregados en la pequeña
población, un poco de silencio por favor, la celebración después, dijo el monje
estamos aquí reunidos para celebrar el sagrado matrimonio de estas dos
personas.
Pero el murmullo en vez de amainar
aumento, las gentes, miraban a la puerta del templete, murmurando ya no
prestaban atención al oficiante, la nave de la pequeña ermita de santa bárbara, situada con el campanario a poniente, el retablo situado a naciente, la puerta
de entrada a mitad de la nave central, de espaldas al sol se hallaba situada a la izquierda, los asistentes se arremolinaron en el portón de maderos gruesos de roble, con clavos de
hierro forjado por un herrero de la localidad, claveles oxidados remachados por
el interior por férreos contrafuertes, alguien se levantó, cerró la
puerta, la aprensión se apoderó del ánimo de todos los sitiados,
la sacristía a continuación del portón, ya después de la cúpula del tabernáculo
principal, tenia velada detrás de un
mamparo, una siniestra oquedad, los primeros en pasar por él fueron la pareja,
que a todos efectos, a partir de ese instante ya eran marido y mujer, luego
abandonaron la capilla por el bruno pasadizo niños, seguidos de mujeres,
ancianos y machos fértiles, los hombres que no estaban catalogados en ningún
grupo, quedaron dentro, junto con el sacerdote, protegiendo el pórtico del
ariete de la incivilizada orbe de carcas, atacantes del receptáculo sagrado.
Las teas, revotaban en los refaldos de
una lonja amohecida por el paso de tiempos pretéritos, que la humedad del día
aumento su función de ignifuga techumbre, asediada por los milicianos, gentes
dóciles, que fuesen conciudadanos de los vecinos asediados, hoy azuzados por
pérfidos oficiales de juntas de ofensivas nacional sindicalistas, con amenazas, hombres menesterosos que compelidos a salir de
su hábitat humilde, luchan bajo el pendón del déspota, caudillo carca anheloso
de riquezas futuras, hombres con familias iguales a aquellas que estaban hoy
sitiadas dentro del sagrario, en un numero incierto, los milicianos, rodeaban
el sacro monte, los camiones aparcados en la era no muy lejos de la pequeña
iglesia, solamente vigilados por un par de
milicianos, con camisa náutica, boina escarlata, y pantalón que a la
altura del pernil se hinchaba con
desmesura su color kaki, un tirante en
bandolera pasaba por el hombro diestro, sujetándolo con un botón un ojal
disimulado por el correaje.
El orbe colérico, bajó calle abajo, en
dirección poniente, pasaron por el centro de la aldea, bajando poco a poco
hasta la misma orilla del río, cuyos meandros, recubiertos de alisos, daban riego
a unos huertos situados a diestra y siniestra de la corriente del agua, la mala
fortuna de aquella muchacha que aunque no moza, aparentaba su corta edad, pero ya su enjuta figura famélica,
de panzadas de tocino añejo, desnutrida
solo la enorme preñez de su tripa de más de seis meses, abultaban ya sus senos bisojos
por falta de sostén, cortaba heno con la guadaña, siempre al cuidado de una párvula
morenita calco de la ávida joven.
El orbe cortejo, cuando ya su furor disminuido
por las horas de brutal acecho al poblado, viendo la pareja de hortelanas, segando
hierva junto a un rucio, su nublo pensar se ofuscó, embriaguez de multitud eufórica,
los llantos, voces, esfuerzos de la madre por salvar a la núbil criatura de las
garras de orbes enfurecidas, de milicianos sedientos, dio paso a horrores
cuando aquel joven rubio, de ojos color miel machete en mano corto, las dos muñecas
de la pobre polluela, arrojándola sin más a un pozo de un huerto vecino,
mandando a dos compinches de la milicia montar guardia en brocal del mismo,
trascurrida toda la tarde de aquel mes de abril, la milicia abandono el asedio
a la localidad.
O eso fue lo que pretendieron que creyeran
los lugareños, cuando ensalzados varones
encabezados siempre por el recién casado, el fraile y otros lugareños acabaron
de sacar de la ergástula bruna al cuerpo
tembloroso de la ninfa sollozante, vendaron sus heridas con lino, embalsamado
de aceite de oliva, telas de araña y coronas de jara, emplaste tradicionalmente
curativo, cuando todo hubo pasado la mala fortuna hizo que de un lóbrego anejo
saliesen los milicianos, pillando en descuidos a tales salvadores, la fortuna
hizo que saltaran al interior del pozo, mientras los proyectiles pasaban
rozando sus anatomías.
Aquel bermejo jefezuelo, sirviente del
líder carca, que acaudillaba aquel sin
sentido, mandó a un burdo, bruto seguidor que bajase al pozo, y que izase a
cada uno de los allí ateridos sujetos, casi al borde de la hipotermia, dándoles
la apostura de una expiación rápida, en
la nuca, a quemarropa, la deflagración causada impulsa la masa meníngea esparciéndola, finado, indoloro,
todos y cada uno fueron izados llevando la misma suerte, dejando a los tres
últimos, el teniente del ejército regular, recién casado, al fraile y a otro
zagal escogido por la diva fortuna, acervo del destino tarambana, poniendo tres cruces en forma de equis,
ataron a los sujetos a ellas, dejándolos morir de inanición después de muchos
días de ayuno, cuando los milicianos se cercioraron de la muerte de los reos,
abandonaron la localidad, dejando la orilla del río empapada del matiz púrpura
de la sangre, y el ambiente sahumerio de ponzoña de finados difuntos yaciendo
sin túmulo.
Los hechos aquí relatados me los conto
un hombre entre sollozos, un hombre, de avanzada edad, calculo que unos ochenta
y dos años, me afirmo, que fueron exhaustivamente tal como me los relató, yo
solo los he transcrito, espero os guste, y reflexionemos todos.
J.R.F.
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