NO TE
FIES:
Tú, ya
sabes lo hipócrita que es la vida, le dijo a su amiga, mientras traveseaban, en
el jergón, almohadado, ella sonrió tenuemente, te acuerdas dijo él, la plaza
España, la calle angosta, en dirección norte, yo situado frente al refugio, de
espaldas a la mezquita, y tú una
eternidad de años más joven, coqueta con aquel soldado, sí un mozo, que se
hacía acompañar por Kiko, aquel que llamaban “el rico”, lo siento dijo ella,
ajustando su sostén, noto, un deje de celos en tu comentario, celos, dijo él
hombre levantando la voz, celos, ggg, tristes recuerdos, yo soñador cuando me
retiraba de la luz tenue de la farola verde, melancólico, imaginaba, hechos hoy
desacertados, de somnolientas embriagueces, añejas en molleras obtusas, no sé,
hoy ya sé, que el ánima libre, fluye el cerote del mozo de antaño, acto hoy
para el cortejo, copula, antaño, añejos brunas cavilas, ella lo besó en los
labios, las dos lémures se afanaron en la cubre, ya nada importaba, la segunda
fase de su existencia acababa de empezar aquella noche de luna llena, las
prevés del boscaje velaban su anhelo,
él dio la vuelta en la enjalma, poco después, ella clavó en su cuello los
colmillos, sorbiendo, la hemorragia escarlata, dejándolo níveo, un material inservible, abrió la ventana, y
huyó bajo el astro, cenital que
iluminaba el paraje.
Nunca
se supo, cuando después de que lo encontraran débil, él muchacho, comenzó a injerir alimentos, famélico de un
avidez ambiciosa, él siempre hablaba de una güera, de tiempos pretéritos, él, el mismo empezó a
cambiar de hábitos, con el tiempo, él busco a otras núbiles ninfas.
La meretriz
concubina, acompañada de su compinche, guiaban a los dos varones, todas las
noches calle arriba, aquella calle situada a levante, abriéndose a la plaza
España, la bruma envolvía a la doble pareja, diana, en su cenit, refulgente, regía sus
pasos, perdiéndose en la confusión, el lozano militar, siempre a la vera de
ella, a la diestra de la liviana catire
caminando por detrás, “El Rico” acompañando a todos otra entelequia diáfana.
No, se
negó, él, el hombre se negó, su cavila lo vendía, no solo libaba, el belfo carmesí de la boca
fémina el armonio palpitante del zagal,
poniendo fogoso el pensamiento postrero, de aquel al que dejaron sentado en la
localidad de espaldas a la mezquita, su pensamiento, sofocó suspicacias, se levantó, caminaba cuesta arriba,
la núbil rolliza pitusa, le sonreirá, sonrojada por la historia que él el vacio
ser, de tiempos pretéritos le contaba a la oreja mientras pensaba en la mujer blonda,
tomó un seno pequeño su mano lo cubría en su totalidad, la turgencia parda entre los dedos índice y corazón sobresalía
tenuemente a la luz del satélite terreo, retiró con dulzura el pelo enmarañado
de la andorga de la zagala, el dolor ardiente del ariete al penetrarla, pasó a
la nada, su existencia ya avía cambiado.
Hoy quiso
ver en los ojos de una dama, aquellos fanales añiles de la bruna pérfida, que
antaño le robó el lívido a su ánima, solo fue un instante y luego desapareció entre el gentío, miró al establecimiento,
dos ocelos conocidos, lo observaban desde el estante del escaparate, su reencuentro
estaba próximo, por fin el futuro estaba próximo.
El
futuro, será sabio, juntando, a los dos arropes, quien sabe, eso es otra
historia.
j.r.f.
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