jueves, 17 de septiembre de 2015

LABIOS COMPARTIDOS:

Los shkes trataron de luchar contra su instinto, la feer sabia que Christian que contemplaba el cielo sombrío, también él deseaba  convertirse en shkes y unirse a la lucha, la presencia opaca en la fosca bruma, ataviado en su ser humano, su eterno rival, su olfato de serpiente ya avía dado con su posición, Jeanne ajena a la situación entro en su casa, una casa blanca de dos pisos, con figuras aladas a uno y a otro lado de la puerta, él saco a astarot, el filo de canelón  azul, templo la bruna oscuridad de un azulino halo, “ envaina” dijo el dragón “hoy no habrá sangre”, volviendo a meter en la vaina el filo de su vaciada espada, se sentó frente a aquel hombre no mucho más joven que él mismo, las pujanzas antagónicas, llegaron a un acuerdo, no sin antes sentir un rencor, antaño olvidado, de su atávico  legado, ella, Jeanne estaba por encima, la náyade, siempre seria su pequeña pupila, la huérfana criada entre sus brazos después de que apareciera de muy párvula, plañendo en  el bosque, ese bosque de hayas pardusco y frio en el norte de aquel mundo, tan diferente a la Tierra, la joven mujer dormía, las dos figuras silenciosas, dieron sendos ósculos, en el belfo suculento, mimos a la ya echa toda una mujer, preciada amiga, arroparon el jergón donde dormía la hada, saliendo sin hacer ruido después de compartir los labios suculentos de la barragana, debatiendo los pillo la aurora, cuando la náyade se despertó Cristian tenía su vista fija  en un punto más allá del bosque, sufría, su espada en el suelo inmaculada, no pudo explicar su sufrir, envaino a astarot, salió volando dejando a la moza pensativa, pero ya conocía a aquel hombre mitad serpiente, y sabia que él el dragón avía visitado su sueño, se prometió que la próxima vez estaría despierta.





Él ya no tan joven dragón pasaba largas temporadas en aquel pueblo del suroeste peninsular, la Tierra fue cuando estallo la guerra uno de los refugios de su raza, hoy solo él queda para perpetuar la especie, sabiendo que Jeanne, está a salvo con la serpiente,  él vive cómodo en su anonimato, el portal al mundo de Septentrión,  estaba cerrado, solo él podía pasar el espejo, su modorra, siesta estival, fue interrumpida, el presagio llegó en la tarde canicular de agosto, se levantó amodorrado, subió a el altillo miró tras la luna añeja y no presintió detrás a Jeanne, “ella abría muerto” dijo el conjuro y traspasó el atrio decidido.




El sucio hidalgo señor de aquel estado,  un humano de pelo níveo, rollizo, mofletudo, muy dado a la comida a escote con sus amigotes los isleños cimarrones, ariscos seres hoscos secuaces del inframundo, las lámparas en los ropones del hidalgo guijarro  su nombre evocaba a un tal antepasado, de tiempos remotos que negando a un amigo tres veces se salvo de una muerta plausible,  ciertamente el rumor, le llegó sereno, lo pillo por sorpresa, cenando con su doméstica, una fea abrupta criatura, supo que la magia del bosque seria si perdición, investigo mando a sus ariscos cofrades, situando el centro de la encantamiento, sortilegio antiguo  de el libro santo, en un lugar donde vivía una humana blonda, güera,   de ocelos añiles como el nirvana , la féerika dormía la horda funesta atrapó la núbil criatura, trasladándola a las mazmorras del castillo del conde.
 

El dragón volaba subiendo la línea de playa, septentrión lucia un mar azul, su primer sol ya hacia una hora que había sido su orto, el segundo de sus tres, empezaba a alborear, de este, llego el ataque pillando a la mítica criatura desprevenida, la garra de la serpiente alada, se clavo en  su ala izquierda, cayendo los dos animales en un pelotón a un suelo arboleo, el brillo de las espadas tiño el amanecer, las fieras dieron paso a los hombres, el centellear de los filos al cruzarse, Astarot de hielo azul, y bader de fuego púrpura, se entrecruzaron una y otra vez, hasta que las fuerzas de sus portadores se perdieron cayendo de sus manos, ambos jadeando un sudor de odio ancestro, cuando ya iba el Shakes a clavar su venenosa mordida en el cuello de él rubicundo humano, vio en sus ocelos color avellana la imagen de la joven mujer, la féerica los miraba desde  una lóbrega estancia, se tumbo junto al humano, los dos sin mediar palabra, cuando ya repusieron fuerzas tomo el Shakes las dos espadas, la de el dragón quemo la palma de la serpiente, se la devolvió a su dueño legitimo se convirtió en animal  alado, hizo subir a su ancestro contrincante a su lomo, pues el dragón no se podía convertir, pues su ala izquierda estaba herida tomando altura hacia el mediodía.


La maraña encrucijada de boscaje alrededor del castillo del conde, era celada por la niebla fosca, el dragón fue apeado de lomos del shake en la almena principal, desatándose una batalla atroz, los feroces cimarrones, eran engullidos por la serpiente de dos en dos, el, él dragón sin poderse convertir,  india a bader, en las entrañas de la soldadesca del castillo, en minutos la muerte fue sembrada por doquier, la existencia del hueco, hinchado, avaricioso, conde, llegaría a su fin, este sonrió con rictus carmesí cuando las dos espadas, el fuego y el hielo atravesaron su corazón.
 

La magia obró el milagro las tres criaturas ya sin odios de ancestros pretéritos, yacían en aquel jergón, enjalma de amor, compartiendo fluidos los tres a la vez se amaron simultáneamente, sin importármele presencia del otro,  poco antes del primer orto de aquel sol cerúleo, el dragón despertó a Cristian, “cuídala, cuídala mucho,   es mi amor, te la dejo en tus manos, amala como yo la hubiese amado,” diciendo esto tomo al hijo del augura de la mano, una hija rubita de cabello ensortijado, fruto de la sinrazón de la bestia carnosidad del burdo conde, la tomó de la mano, abrió el portal con su conjuro secreto, pasando los dos, la tierra los esperaba, aquel destierro para educar a la joven feé seria para él un alivio, no sin antes dar un beso en aquellos labios tan deseados, los labios del amor de su vida.

La biblioteca de guimaré, en un lugar secreto del espacio a medio camino de lo real y lo ficticio, dio con la adolescente y hermosa hada, desde niña se refugiaba allí, cuando su padrastro el dragón ponía normas, y leía las historias, fábulas de aquel planeta, septentrión le parecía tan irreal, tan distinto a su aldea, a aquella del suroeste peninsular, su hogar desde que tenía uso de razón, pero a la vez tan cercano,   ella estaba protegida, el último dragón avía muerto, llevándose con él la manera de abrir el pórtico entre los dos mundos, la luna del espejo, mágico, fracturada y dispersa impedía cualquier intento, la güera púber, estudiaba las costumbres de aquel universo, donde fue dada a luz un mundo donde la magia existía, un mundo que alguna vez regresaría.

NOTA DEL AUTOR:

 Al escribir la farándula no pensé en persona, lugar o ente, cualquier parecido por acción u  omisión es solo la coincidencia de un necio,  no le deis más vueltas.

J.R.F.

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