Los shkes
trataron de luchar contra su instinto, la feer sabia que Christian que
contemplaba el cielo sombrío, también él deseaba convertirse en shkes y unirse a la lucha, la
presencia opaca en la fosca bruma, ataviado en su ser humano, su eterno rival,
su olfato de serpiente ya avía dado con su posición, Jeanne ajena a la
situación entro en su casa, una casa blanca de dos pisos, con figuras aladas a
uno y a otro lado de la puerta, él saco a astarot, el filo de canelón azul, templo la bruna oscuridad de un azulino halo,
“ envaina” dijo el dragón “hoy no habrá sangre”, volviendo a meter en la vaina el
filo de su vaciada espada, se sentó frente a aquel hombre no mucho más joven
que él mismo, las pujanzas antagónicas, llegaron a un acuerdo, no sin antes
sentir un rencor, antaño olvidado, de su atávico legado, ella, Jeanne estaba por encima, la
náyade, siempre seria su pequeña pupila, la huérfana criada entre sus brazos después
de que apareciera de muy párvula, plañendo en el bosque, ese bosque de hayas pardusco y frio
en el norte de aquel mundo, tan diferente a la Tierra, la joven mujer dormía, las
dos figuras silenciosas, dieron sendos ósculos, en el belfo suculento, mimos a la ya echa toda una
mujer, preciada amiga, arroparon el jergón donde dormía la hada, saliendo sin
hacer ruido después de compartir los labios suculentos de la barragana,
debatiendo los pillo la aurora, cuando la náyade se despertó Cristian tenía su
vista fija en un punto más allá del bosque,
sufría, su espada en el suelo inmaculada, no pudo explicar su sufrir, envaino a
astarot, salió volando dejando a la moza pensativa, pero ya conocía a aquel
hombre mitad serpiente, y sabia que él el dragón avía visitado su sueño, se prometió
que la próxima vez estaría despierta.
Él ya
no tan joven dragón pasaba largas temporadas en aquel pueblo del suroeste
peninsular, la Tierra fue cuando estallo la guerra uno de los refugios de su
raza, hoy solo él queda para perpetuar la especie, sabiendo que Jeanne, está a
salvo con la serpiente, él vive cómodo
en su anonimato, el portal al mundo de Septentrión, estaba cerrado, solo él podía pasar el
espejo, su modorra, siesta estival, fue interrumpida, el presagio llegó en la
tarde canicular de agosto, se levantó amodorrado, subió a el altillo miró tras
la luna añeja y no presintió detrás a Jeanne, “ella abría muerto” dijo el
conjuro y traspasó el atrio decidido.
El sucio
hidalgo señor de aquel estado, un humano
de pelo níveo, rollizo, mofletudo, muy dado a la comida a escote con sus
amigotes los isleños cimarrones, ariscos seres hoscos secuaces del inframundo,
las lámparas en los ropones del hidalgo guijarro su nombre evocaba a un tal antepasado, de
tiempos remotos que negando a un amigo tres veces se salvo de una muerta
plausible, ciertamente el rumor, le
llegó sereno, lo pillo por sorpresa, cenando con su doméstica, una fea abrupta
criatura, supo que la magia del bosque seria si perdición, investigo mando a
sus ariscos cofrades, situando el centro de la encantamiento, sortilegio antiguo
de el libro santo, en un lugar donde vivía
una humana blonda, güera, de ocelos añiles como el nirvana , la féerika dormía
la horda funesta atrapó la núbil criatura, trasladándola a las mazmorras del
castillo del conde.
El dragón
volaba subiendo la línea de playa, septentrión lucia un mar azul, su primer sol
ya hacia una hora que había sido su orto, el segundo de sus tres, empezaba a
alborear, de este, llego el ataque pillando a la mítica criatura desprevenida,
la garra de la serpiente alada, se clavo en su ala izquierda, cayendo los dos animales en
un pelotón a un suelo arboleo, el brillo de las espadas tiño el amanecer, las
fieras dieron paso a los hombres, el centellear de los filos al cruzarse, Astarot
de hielo azul, y bader de fuego púrpura, se entrecruzaron una y otra vez, hasta
que las fuerzas de sus portadores se perdieron cayendo de sus manos, ambos
jadeando un sudor de odio ancestro, cuando ya iba el Shakes a clavar su
venenosa mordida en el cuello de él rubicundo humano, vio en sus ocelos color avellana
la imagen de la joven mujer, la féerica los miraba desde una lóbrega estancia, se tumbo junto al humano,
los dos sin mediar palabra, cuando ya repusieron fuerzas tomo el Shakes las dos
espadas, la de el dragón quemo la palma de la serpiente, se la devolvió a su
dueño legitimo se convirtió en animal alado,
hizo subir a su ancestro contrincante a su lomo, pues el dragón no se podía convertir,
pues su ala izquierda estaba herida tomando altura hacia el mediodía.
La maraña
encrucijada de boscaje alrededor del castillo del conde, era celada por la
niebla fosca, el dragón fue apeado de lomos del shake en la almena principal, desatándose
una batalla atroz, los feroces cimarrones, eran engullidos por la serpiente de
dos en dos, el, él dragón sin poderse convertir, india a bader, en las entrañas de la
soldadesca del castillo, en minutos la muerte fue sembrada por doquier, la existencia
del hueco, hinchado, avaricioso, conde, llegaría a su fin, este sonrió con rictus
carmesí cuando las dos espadas, el fuego y el hielo atravesaron su corazón.
La magia
obró el milagro las tres criaturas ya sin odios de ancestros pretéritos, yacían
en aquel jergón, enjalma de amor, compartiendo fluidos los tres a la vez se
amaron simultáneamente, sin importármele presencia del otro, poco antes del primer orto de aquel sol cerúleo,
el dragón despertó a Cristian, “cuídala, cuídala mucho, es mi
amor, te la dejo en tus manos, amala como yo la hubiese amado,” diciendo esto
tomo al hijo del augura de la mano, una hija rubita de cabello ensortijado,
fruto de la sinrazón de la bestia carnosidad del burdo conde, la tomó de la
mano, abrió el portal con su conjuro secreto, pasando los dos, la tierra los
esperaba, aquel destierro para educar a la joven feé seria para él un alivio,
no sin antes dar un beso en aquellos labios tan deseados, los labios del amor
de su vida.
La biblioteca
de guimaré, en un lugar secreto del espacio a medio camino de lo real y lo
ficticio, dio con la adolescente y hermosa hada, desde niña se refugiaba allí,
cuando su padrastro el dragón ponía normas, y leía las historias, fábulas de
aquel planeta, septentrión le parecía tan irreal, tan distinto a su aldea, a
aquella del suroeste peninsular, su hogar desde que tenía uso de razón, pero a
la vez tan cercano, ella estaba protegida, el último dragón avía muerto,
llevándose con él la manera de abrir el pórtico entre los dos mundos, la luna
del espejo, mágico, fracturada y dispersa impedía cualquier intento, la güera púber,
estudiaba las costumbres de aquel universo, donde fue dada a luz un mundo donde
la magia existía, un mundo que alguna vez regresaría.
NOTA
DEL AUTOR:
Al escribir la farándula no pensé en persona,
lugar o ente, cualquier parecido por acción u omisión es solo la coincidencia de un necio, no le deis más vueltas.
J.R.F.
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