viernes, 26 de septiembre de 2014


OMILIA, A…  LLAMEMOSLO X:

Y entonces la doncella bermeja trazó con anagrama firme sus cabilas en la epístola,  dando por hecho que él en la distancia la devoraría ávidamente, con aquellos fanales color avellana.

Esparció los polvos sobre la gradación, y soplo, dejando un tenue celaje albo en el aire, el legajo, cobro entonces consistencia, la encíclica, dirigida a un ser, falaz, en teoría, pero que ella savia que en el fondo era muy verídico, anhelando con aprensión, y avidez, la posibilidad de que él la leyera, y no sintiera lo furtivo de sus pensamientos garabateados en aquella correspondencia.

Había desnudado sus sentimientos, en aquel halito que su ánima, exhalo en forma de  homilía, narrando los sueños y anhelos de sus vigilias de pitusa  célibe.

Puso la carta dedicada a aquel hipotético lector, en un sitio para que él pudiera leer su contenido.

Cuando este leyó con avidez la letanía, tuvo un desasosiego, su denuedo, valor, se ofusco en el pensamiento por otra pare feliz de que la zagala soñara en sus veladas intimas con que el la haría dichosa, y su congoja creció hasta su pecho, se sentó y plaño intensamente, con mezcla de felicidad y temor de que al hacer realidad todos los sueños, el encantamiento se rompiera, guardo para si en su corazón el epistolar pergamino, dejo una nuevo mensaje, dejando de manifiesto la cobardía,  que en ese tema sentía, instando a que en el futuro si  ella le otorgase el privilegio, de su gracia,  siempre él la tendría presente en sus modorros descansos.

Anhelando siempre la felicidad de la dama él puso en ese momento la decisión en la conciencia de zagala.

Caminando despacio salió del palacio del duque, pasando junto a la fuente, miro en el interior del pozo de los deseos, su espíritu, exhalo un halito frío, siguió andando.

Cuando supo la verídica crónica del epistolar escrito, denigró su mala estrella, y su candidez, al interpretar la leyenda con desatino, el pliego que se encontrara la manceba, con sus reflexiones, no le importó que lo percibiera, pues se dijo a si mismo que era lo que su ánima sentía por la joven célibe, suelta, casadera.

Le dio primero un montón de vueltas a su cabeza, rumio toda una noche sombría, receloso, y celoso, suspicaz de aquel que le daba tanta pasión a la que él juzgaba,  el halito de su ser, no entendía, como ella, podía siquiera ensoñar con aquella persona, en principio ilusoria, pero ya casi a la aurora, recordó entre lagrimas la armonía que sentían, el uno con el otro, la harmonía de sus espectros, en otro tiempo vacios, y ahora llenos de aquella amistad que él nunca  pondría en peligro, aunque muriera de celos.

Volvió a pasar por la fuente, el pozo de los deseos, seguía en el mismo sitio, rio, y busco en un bolso de su atuendo, echando unas monedas en el, unas monedas y alguna lagrima, con la esperanza y a la vez , con duda de que sus ensueños se hiciesen alguna vez realidad.

Enjugo las mejillas y siguió caminando esta vez ya con el halito de su espíritu en concordia, silbo una canción, conocida, y se alejo caminando.

j.r.f.

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