OMILIA,
A… LLAMEMOSLO X:
Y
entonces la doncella bermeja trazó con anagrama firme sus cabilas en la
epístola, dando por hecho que él en la
distancia la devoraría ávidamente, con aquellos fanales color avellana.
Esparció
los polvos sobre la gradación, y soplo, dejando un tenue celaje albo en el
aire, el legajo, cobro entonces consistencia, la encíclica, dirigida a un ser, falaz,
en teoría, pero que ella savia que en el fondo era muy verídico, anhelando con
aprensión, y avidez, la posibilidad de que él la leyera, y no sintiera lo
furtivo de sus pensamientos garabateados en aquella correspondencia.
Había
desnudado sus sentimientos, en aquel halito que su ánima, exhalo en forma
de homilía, narrando los sueños y
anhelos de sus vigilias de pitusa
célibe.
Puso la
carta dedicada a aquel hipotético lector, en un sitio para que él pudiera leer
su contenido.
Cuando
este leyó con avidez la letanía, tuvo un desasosiego, su denuedo, valor, se ofusco
en el pensamiento por otra pare feliz de que la zagala soñara en sus veladas
intimas con que el la haría dichosa, y su congoja creció hasta su pecho, se
sentó y plaño intensamente, con mezcla de felicidad y temor de que al hacer
realidad todos los sueños, el encantamiento se rompiera, guardo para si en su
corazón el epistolar pergamino, dejo una nuevo mensaje, dejando de manifiesto
la cobardía, que en ese tema sentía,
instando a que en el futuro si ella le
otorgase el privilegio, de su gracia,
siempre él la tendría presente en sus modorros descansos.
Anhelando
siempre la felicidad de la dama él puso en ese momento la decisión en la
conciencia de zagala.
Caminando
despacio salió del palacio del duque, pasando junto a la fuente, miro en el
interior del pozo de los deseos, su espíritu, exhalo un halito frío, siguió
andando.
Cuando supo
la verídica crónica del epistolar escrito, denigró su mala estrella, y su
candidez, al interpretar la leyenda con desatino, el pliego que se encontrara
la manceba, con sus reflexiones, no le importó que lo percibiera, pues se dijo
a si mismo que era lo que su ánima sentía por la joven célibe, suelta,
casadera.
Le dio
primero un montón de vueltas a su cabeza, rumio toda una noche sombría,
receloso, y celoso, suspicaz de aquel que le daba tanta pasión a la que él juzgaba,
el halito de su ser, no entendía, como
ella, podía siquiera ensoñar con aquella persona, en principio ilusoria, pero
ya casi a la aurora, recordó entre lagrimas la armonía que sentían, el uno con
el otro, la harmonía de sus espectros, en otro tiempo vacios, y ahora llenos de
aquella amistad que él nunca pondría en
peligro, aunque muriera de celos.
Volvió a
pasar por la fuente, el pozo de los deseos, seguía en el mismo sitio, rio, y
busco en un bolso de su atuendo, echando unas monedas en el, unas monedas y
alguna lagrima, con la esperanza y a la vez , con duda de que sus ensueños se
hiciesen alguna vez realidad.
Enjugo las
mejillas y siguió caminando esta vez ya con el halito de su espíritu en concordia,
silbo una canción, conocida, y se alejo caminando.
j.r.f.
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