EL
MERCADER DE VENECIA:
Noche tras
noche me acuesto,
Pensando
en la doncella bermeja,
Tomo lápiz
y comento, la utópica ilusión
Sobre pliego añejo rasgueo mi dictamen
Pero luego
me arrepiento,
Pues hay
otro que la quiere,
Y si a
Otelo le paso,
Que celoso
se volvió, regicida de su amor.
Lúcida tras
la aurora, el lienzo lúcido
Embebido
de trincheras escarlatas,
Yacía tras
la aurora, desagraviada
La doncella
pernoctaba.
Bruno,
antojo de desdicha,
Fuliginoso
azabache el hallazgo,
Dudas suspicaces,
cabilas especuladas malditas
Surcos que
hienden el lino,
Tiñendo
de púrpura la alborada.
En brazos
de Morfeo fue hallada,
La execración
de un ingrato emponzoño
El querer
del que la pretendió,
Rondando
noche tras noche el amor
Ponzoña
vil del amigo,
Al que
nubla la ambición,
Que no tuvo
corazón,
Presentando
lo hipotético.
La descubrió
la aurora fría,
Cándida
sobre el cobertor,
Anemia de
expiación expiada,
De hombre
escamado postrado,
A los
pies de la difunta,
Gimiendo,
plañendo y sufriendo,
Enloquecido
frenético roto,
Agonizó
sobre ella en aquel día,
El día
que mataron su amor.
Nada más
os digo adiós,
Y con
esto me despido,
Tener cuidado
por favor de aquellos falsos amigos.
J.R.F.
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