MEMORIA
DE UN DESMEMORE:
Mísera
misiva que araña renglones disléxicos de mano temblorosa, trozo de ánimo
manuscrito aliento vomitado en tinta
azul de bolígrafo añejo, símbolos arañados en níveo folio de papel , palpito de
armonio latente, espectro de un pasado antaño olvidado, fábula arácnida de
meretriz gustosa, no solventada, epístola incierta que no supe atesorar,
pérdida de trozo de aliento de pobre, burdo ,bruto, disléxico, que
cuenta con que le facilites una ofrendada jácara, arañón en su tela,
esperando alada presa, yo mientras
espero resuelto, mientras que con amor
plaño lagrimas salobres que empapan símbolos arañados en papel níveo con mano temblorosa, luego aroma a mar facturado en manos del destino, mimo del
pasado perspectiva albergada en el futuro.
Hoy te
escribo esta homilía, para poner en cuenta de tú sensato intelecto, los hechos
a continuación relatados, mi atrevimiento que no es más que el fruto de la
embriaguez del alcohol de ingesta
masiva de la noche pasada, por todo ello te diré, que cuando te canses de él, (el cari), que te
cansarás, sobre todo al tener en cuenta las desavenencias con la madre que lo
pario, ya es voz populi en toda la aldea, sin más fruto de la embriaguez del
saber que afloja la locución de este pobre viejo burdo, que al parecer necesito
de tú enjuta figura, frágil, de coqueta traviesa párvula, para levantar mi ya
olvidado libídine, sabré recompensar con hechos tan osadas palabras”.
Esta
historia es una historia que alguien me conto en una barra de un bar, un pueblo perdido en el noroeste de la península,
una aldea castellana en medio del calor estival sofocado a tragos de cerveza.
El embozo
áspero de lino blanco cubría las zancas de la zagala.
La
bermeja mata del triangulo de su cuadril ensortijado, cubierto de la minúscula
prenda translucida, dejaba entrever, el abultamiento de su belfo intrínseco.
El
insecto introdujo su aguzado aguijón, en la mucosa salobre y libo el néctar,
dejando allí su mortecina simiente,
justo en el centro de la flor carmesí de la doncella, despertándola
presto, por el calvario.
Pasaron
dos días, y el níveo flujo de la pústula
que corría por su intimidad fue
aliviado por aquel amigo de antaño, lavando la rosa de Alejandría, con delicada
ternura.
En un
instante el caos se adueño de la alcoba de la infanta, el flujo viscoso se
aliviaba por el pernil de la joven hembra, dejando un gran charco en el suelo,
el muchacho de pelo dorado, apoyo con delicadeza el cuerpo de la fémina en el
catre, separándole las piernas para poder, no curiosear el belfo dilatado, con
su triangulo superior de aquel bermejo
cabello ensortijado, y observo la abertura sin repugnancia, el mucilaginoso
flujo daba paso a una película
translucida granate, la linfa del salobre
flujo.
El
rasurado de un par de días, dejaba entrever bajo la diáfana prenda, una cerda diminuta, de un color escarlata , se intuía
la asperidad del cepillo carnoso en forma de triangulo, triangulo equilátero de
vértice discrepante , el espejo trajo también a mis ojos, un sostén de encaje
del mismo color, dos insignificantes
carnosidades, que cupiesen en el hueco de una mano normal de alguien interesado
en el oficio del exploto, dos aureolas se vislumbraban en el centro debajo del
calado de las puntillas, el catre cubierto con una manta de lana colchonera, de
un equipo de futbol famoso, sujetaba mis rabeles mientras la hembra, daba por
finalizado su ritual de limpieza de un cutis pecoso, de nariz puntiaguda, los
ojos de la zagala encarnados por el plañido anterior, al recordar , como
él, la había aliviado con sumo cuidado,
el pequeño albañal situado entre sus lactas se agrandó con un hipo, de
desconsolado suspiro, en el pequeño cuarto ambarino.
Lívido,
famélico, ávido de libídine, liviano pase las horas diurnas anhelando aquel
ocaso que por alguna razón no acababa de llegar.
Aquel día de principios de septiembre, por fin después de unos días de asueto, en la
que la vi dos veces en jornadas sucesivas pretéritas a la fecha señalada, digo,
la temperatura al sol, era elevada, cuando, con un único, de saya nimia, abrochado por su parte trasera, de color azabache,
llamó a mi portero automático, yo que en dicha circunstancia a esas horas de la
mañana, me paseo solo con lo que el pundonor de personas augustas llamarían
sicalíptico, abrí a la párvula güera,
temblaba, su hipo miasma de desdicha mi
morada, la acompañe en un reflejo iluso a mi alcoba, sobre el catre, libe el
néctar salobre de sus ocelos añiles, mime con mimo su plañido aleatorio, los
ósculos sobre el cuello, resbalaron una
derrama amplia, con el albañal central prieto por un sostén nimio de encaje
escarlata , sobre un lado de la cámara, tirando de la cremallera, se mostró
delante de mi atisbo una prenda diáfana, de puntilla nívea, el plañido de la
zagala pasó en pocos minutos a estertores entre mis manos ilusas, al tacto de
su corta crin sedosa, que daba paso al
belfo carmesí de su pernil íntimo, todo fue como un brindis en navidad, la
efervescencia se desbordó por todas partes, pero al cabo de la mañana la zagala
blonda ya reía, La flor de
la canela, manantial de néctar del que bebí insaciablemente, esencias
afrutadas, fuente ilusa, se abrió dejando sus pétalos al alcance de mi belfo, sorbiendo su néctar y
colmando todo su ser de besos.
Nos pillo sudorosos, pero no dijo ninguna observación, la tarde siguió sin más novedad.
Pasado un tiempo, no nos importó que Maribel, nos observara, , salió
discretamente de la casa aquella lluviosa tarde de noviembre, para que la pareja de maduros amigos, deshiciesen el tálamo,
la lluvia tras los cristales empañados golpeaba rítmicamente al compas de los
envites de los dos cuerpos yermos de edad incierta, los mimos en el lóbulo empapado ,de la meretriz
impronta de la doncella los
nimbos henchidos, de los penachos de sus senos, al ser atajados por las desabridas de estas manos ,quedando expuestos a mis ojos color avellana, como si
fuesen riendas invisibles de aquel galope irregular, los dos húmedos
cuerpos, pujando encima el
desdichado jergón llegando al apogeo, la
nívea linfa del Príapo incido de macho, irradiada en el espinazo de la fémina,
erro rumbo al bandullo de la hembra jadeante.
Maribel,
empapada por la lluvia y muerta de frio,
regresó no sin antes dar un tiempo prudente, media hora, que a su entender era lapso suficiente para que la yunta de sicalípticos y
veteranos amigos hubiese terminado de
amarse.Nos pillo sudorosos, pero no dijo ninguna observación, la tarde siguió sin más novedad.
Hoy al volver a evocar los resonancias de
los andares de aquel día, la aldea no parece la misma, hoy la niebla nubla las
casas de piedra y adobe, la humedad y el frío anidan recuerdos sombríos, anhelando que pase el invierno
para poder disfrutar quien sabe si de su favor, implorando de que su inadvertencia no olvide mis mimos,
ya añejos en mi ilusión.
La homilía garabateada en este folio, es mi
quebranto, anhelo embriagado de recuerdos
preñados de ilusiones rotas…
“O no”.
NOTA DEL AUTOR:
Este relato tiene alguna de mis recitas,
fábulas de mi intelecto, cualquier parecido a situaciones reales es mera coincidencia,
no le des más vueltas, no tiene sentido.
J.R.F.
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