miércoles, 11 de noviembre de 2015

MEMORIA DE UN DESMEMORE:
Mísera misiva que araña renglones disléxicos de mano temblorosa, trozo de ánimo manuscrito aliento  vomitado en tinta azul de bolígrafo añejo, símbolos arañados en níveo folio de papel , palpito de armonio latente, espectro de un pasado antaño olvidado, fábula arácnida de meretriz gustosa, no solventada, epístola incierta que no supe atesorar, pérdida de trozo de aliento de pobre, burdo ,bruto, disléxico,  que  cuenta con que le facilites una ofrendada jácara, arañón en su tela, esperando alada presa,  yo mientras espero resuelto, mientras que con  amor plaño lagrimas salobres que empapan símbolos arañados en papel níveo  con mano temblorosa, luego aroma a mar  facturado en manos del destino, mimo del pasado  perspectiva albergada  en el futuro.
Hoy te escribo esta homilía, para poner en cuenta de tú sensato intelecto, los hechos a continuación relatados, mi atrevimiento que no es más que el fruto de la embriaguez   del alcohol de ingesta masiva de la noche pasada, por todo ello te diré, que   cuando te canses de él, (el cari), que te cansarás, sobre todo al tener en cuenta las desavenencias con la madre que lo pario, ya es voz populi en toda la aldea, sin más fruto de la embriaguez del saber que afloja la locución de este pobre viejo burdo, que al parecer necesito de tú enjuta figura, frágil, de coqueta traviesa párvula, para levantar mi ya olvidado libídine, sabré recompensar con hechos tan osadas palabras”.
Esta historia es una historia que alguien me conto en una barra de un bar,  un pueblo perdido en el noroeste de la península, una aldea castellana en medio del calor estival sofocado a tragos de cerveza.
El embozo áspero de lino blanco cubría las zancas de la zagala.
La bermeja mata del triangulo de su cuadril ensortijado, cubierto de la minúscula prenda translucida, dejaba entrever, el abultamiento de su belfo intrínseco.
El insecto introdujo su aguzado aguijón, en la mucosa salobre y libo el néctar, dejando allí su mortecina simiente,  justo en el centro de la flor carmesí de la doncella, despertándola presto, por el calvario.
Pasaron dos días, y el níveo flujo de la pústula  que corría por  su intimidad fue aliviado por aquel amigo de antaño, lavando la rosa de Alejandría, con delicada ternura.
En un instante el caos se adueño de la alcoba de la infanta, el flujo viscoso se aliviaba por el pernil de la joven hembra, dejando un gran charco en el suelo, el muchacho de pelo dorado, apoyo con delicadeza el cuerpo de la fémina en el catre, separándole las piernas para poder, no curiosear el belfo dilatado, con su triangulo superior  de aquel bermejo cabello ensortijado, y observo la abertura sin repugnancia, el mucilaginoso flujo daba paso    a una película translucida  granate, la linfa del  salobre  flujo.
El rasurado de un par de días, dejaba entrever bajo la diáfana prenda, una cerda  diminuta, de un color escarlata , se intuía la asperidad del cepillo carnoso en forma de triangulo, triangulo equilátero de vértice discrepante , el espejo trajo también a mis ojos, un sostén de encaje del mismo color, dos  insignificantes carnosidades, que cupiesen en el hueco de una mano normal de alguien interesado en el oficio del exploto, dos aureolas se vislumbraban en el centro debajo del calado de las puntillas, el catre cubierto con una manta de lana colchonera, de un equipo de futbol famoso, sujetaba mis rabeles mientras la hembra, daba por finalizado su ritual de limpieza de un cutis pecoso, de nariz puntiaguda, los ojos de la zagala encarnados por el plañido anterior, al recordar , como él,  la había aliviado con sumo cuidado, el pequeño albañal situado entre sus lactas se agrandó con un hipo, de desconsolado suspiro, en el pequeño cuarto ambarino.
Lívido, famélico, ávido de libídine, liviano pase las horas diurnas anhelando aquel ocaso que por alguna razón no acababa de llegar.
Aquel día de principios de septiembre,  por fin después de unos días de asueto, en la que la vi dos veces en jornadas sucesivas pretéritas a la fecha señalada, digo, la temperatura al sol, era elevada, cuando, con un único, de saya nimia,  abrochado por su parte trasera, de color azabache, llamó a mi portero automático, yo que en dicha circunstancia a esas horas de la mañana, me paseo solo con lo que el pundonor de personas augustas llamarían sicalíptico, abrí a  la párvula güera, temblaba,   su hipo miasma de desdicha mi morada, la acompañe en un reflejo iluso a mi alcoba, sobre el catre, libe el néctar salobre de sus ocelos añiles, mime con mimo su plañido aleatorio, los ósculos sobre el cuello, resbalaron  una derrama amplia, con el albañal central prieto por un sostén nimio de encaje escarlata , sobre un lado de la cámara, tirando de la cremallera, se mostró delante de mi atisbo una prenda diáfana, de puntilla nívea, el plañido de la zagala pasó en pocos minutos a estertores entre mis manos ilusas, al tacto de su corta crin sedosa, que daba paso  al belfo carmesí de su pernil íntimo, todo fue como un brindis en navidad, la efervescencia se desbordó por todas partes, pero al cabo de la mañana la zagala blonda ya reía, La flor de la canela, manantial de néctar del que bebí insaciablemente, esencias afrutadas, fuente ilusa, se abrió dejando sus pétalos al  alcance de mi belfo, sorbiendo su néctar y colmando todo su ser de besos.

Pasado un tiempo, no nos importó que Maribel, nos observara, , salió discretamente de la casa aquella lluviosa tarde de noviembre, para que la  pareja de maduros amigos, deshiciesen el tálamo, la lluvia tras los cristales empañados golpeaba rítmicamente al compas de los envites de los dos cuerpos yermos de edad incierta, los mimos en el lóbulo  empapado ,de la  meretriz  impronta  de la doncella los nimbos henchidos, de los penachos de sus senos, al ser atajados  por las desabridas de estas  manos ,quedando expuestos a mis ojos color avellana, como si fuesen riendas invisibles de aquel galope irregular, los  dos húmedos   cuerpos, pujando  encima el desdichado jergón llegando  al apogeo, la nívea linfa del Príapo incido de macho, irradiada en el espinazo de la fémina, erro rumbo al bandullo de la hembra jadeante.
 Maribel, empapada por la lluvia y  muerta de frio, regresó no sin antes dar un tiempo prudente,  media hora, que a su entender era lapso  suficiente para que  la yunta de sicalípticos   y veteranos  amigos hubiese terminado de amarse.
Nos pillo sudorosos, pero no dijo ninguna observación, la tarde siguió sin más novedad.

Hoy al volver a evocar los resonancias de los andares de aquel día, la aldea no parece la misma, hoy la niebla nubla las casas de piedra y adobe, la humedad y el frío anidan  recuerdos sombríos, anhelando que pase el invierno para poder disfrutar quien sabe si de su favor, implorando  de que su inadvertencia no olvide mis mimos, ya añejos en mi ilusión.
La homilía garabateada en este folio, es mi quebranto, anhelo embriagado de  recuerdos preñados de ilusiones rotas…
“O no”.
NOTA DEL AUTOR:
Este relato tiene alguna de mis recitas, fábulas de mi intelecto, cualquier parecido a situaciones reales es mera coincidencia, no le des más vueltas, no tiene sentido.

J.R.F.

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