Vista
la necrópolis desde la cantera próxima, daba la impresión de una ciudad de
edificios blancos enanos, sus filas rectangulares, formaban calles perfectas
ubicadas todas de norte a sur, la ventana, del comedor situado a la misma
altura de esta, dejaba ver por su lucerna de poniente, la queda urbe de
silencio, los comensales ya acostumbrados a tan singular paisaje, comían el
estofado que la asociación daba gratis a todo el que aquel día fuese, sin necesidad de ser socio,
la fiesta postrera duró más de lo esperado, saliendo un servidor y los demás
miembros de la junta directiva ya con el sol expuesto, la trayectoria desde el
comedor a la localidad, pasaba a través de la vieja cantera, por su camino de
acantilados múltiples, pozos insondables hoy llenos de cangrejos en sus
ahogados fondos, bajando al regato, donde un puente antiguo, hecho por los
hombres de antaño ya en tiempos pretéritos, daba paso a una calzada que pasaba
por la puerta del camposanto, tapado con un tapabocas de pelo azabache, me
dirigí por ese camino, que inusualmente tomé ese día, pues
normalmente mis pasos caminaban por el camino del sur, mucho más recto.
La aurea
ánima vino a mí entre la fosca niebla, el tálamo cetrino, de abrojos glauco en
otro tiempo, esa noche, plenilunio
bruñido de aljófar níveo, tras la pared de adobe, el silencio del paso
acompasado del espectro, ánima expiación de extintos, diva exangüe de mi juicio, vino a mí hendiendo
filas de pequeños cotorros orientados de levante a poniente, su sudario de lino habito de óbito, vino a
mí, con un ósculo de belfo frío, posó su hocico sobre mi bembo, prendando entumecido mi ser,
sus ocelos océanos añiles sonreirán, luego un ruido de una puerta herrumbrosa
sonó lejana, y la aparición se confundió en la cenceña, la campana dio las
doce, la procesión empezó a su hora, la hilera de candelas remontaba la cuesta
desde la fontana, los difuntos tendrían compañía un año más.
La utópica
visión difusa de la moza, nublada en la bruna noche de occisa celebración,
ánima cándida, de nívea tez, cuerpo
difuso entre la niebla de la modorra de mi ensoñación, magnolia viscosa derrama
de linfa sobre cobijo de gardenias pálidas, picachos nimbos zainos de inhiestos
penachos, sobre el que vertí láctico fluido,
natilla de mi necia estima, narcosis parida de la etílica acción del alcohol, lóbrega
velada
que alimenta el hechizo de la noche de exánimes queridos, antaño olvidados,
solo recordados para brindis ociosos, de cenáculos privados, tú volviste a mí
esa noche, yo yací contigo volvimos a tiempos pretéritos, hoy creo que el
advenimiento de tu humor, sobre mi anatomía, tantas veces realizado en anales históricos,
pretéritos perfectos ya casi olvidados ayer apareciste entre calabazas sonrientes,
volvimos a festejar la fiesta, mañana te seguiré hasta báratro azabache si tú
me lo pidieras, ayer me amaste en mi quimérica embriaguez viví tu corpóreo néctar, olor a vida,” mi vida”,
aromas al recuerdo de pretéritos tiempos
añejos, ósculos en días de difuntos, aromas a flores enturbiaron mi alcoba te
eche de menos regresa a mi lecho, enjalma cálida que te esperará siempre, ayer
regresaste a mí una noche más.
J.R.F.
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