
La
abandonó en el catre no miró atrás, salió puerta afuera abandonó la casa blanca, las rejas blancas de
fuelle cerradas sobre las ventanas de aluminio blanco, y la señal de aviso a
los ladrones de una compañía de seguridad, bajo esta un pequeño tejadito, el
pequeño porche que en la esquina izquierda daba a un jardín con palmeras, atravesó
a grandes zancadas los pocos metros que separaban de la reja blanca de laminas
horizontales y salió a la calle, a la
derecha, la señal de aparcamiento prohibido situada en el muro de entrada junto
al buzón de forja blanco, por encima del
contador de la luz, cerró la puerta tras de sí y se fue yo diría que en
dirección Este.
La reja
de piedra ferreña, dio paso a otra más baja de ladrillo de cara vista, la joven
madre que empujaba el coche de una pequeña criatura lo miró desaprobadora, un
infante como de diez años corría tras ella pasando su joven mano por una reja
de brezo bajo la farola junto a los contenedores, su
cabeza daba vueltas, no podía o no quería pensar que la hubiese fallado,
ya la llamaría mañana desde su casa, al sonar el despertador regresó al
monótono día adía, de su humilde existencia aquella navidad seria igual a las
anteriores.
La
oficina de correosa a la altura del número diecinueve, a la izquierda de la
calle enfrente las vías del ferrocarril que transcurrían detrás de una cerca
metálica, mantenía aparcada una
furgoneta amarilla de reparto, junto a dos motocicletas, cuatro contenedores de
basura en el margen derecho poco más allá de los indicadores direccionales de
la calle, era una calle de dos direcciones, separada de una tercera por una
acera donde se observaban dos plataneros de sombra gigantes, pasó el paso de
peatones por delante de la furgoneta de la telefónica, y entró en la oficina, recogiendo
aquel paquete postal, enviado desde su pasado, salió y tomó dirección a la
pequeña rotonda situada a su izquierda, para regresar a casa.
La
noche siguiente alguien llamó a su puerta…. La bruma fosca inundó de pronto el
pasillo de la casa y su memoria viajo a un pasado incierto, desde que murieran
sus padres y se fuera distanciando poco a poco de su hermana, a pesar de vivir
en su mismo edificio, Ebenezer scrooge, se convirtió en un viejo huraño, apenas salía de casa, la pereza y la apatía colmo
en la fobia a la multitud, solamente cuando le llegaba ya cada vez menos un
aviso de la oficina de correos tornaba calle abajo, lo recogía y sin perder tiempo volvía a su hura, la imagen
nítida de aquella gualda rapaza entre la calima fosca frente a sus ocelos
pitañosos, lo hizo trasladarse a aquellos años de antaño, aquellas navidades
que en tiempos pretéritos disfrutaba junto a su sobrina, ataviando el árbol de
regalos y pensando en la güera amiga de su juventud, la misma que hoy tenia
junto a él, manoteó entre la densa niebla pero el humo campó en derredor de la
ánima, empero no desapareció. La figura de la sobrina junto a sus padres
aquella navidad del tiempo pasado, le hizo recordar en que era él el que facturaba
antaño ilusiones en forma de postales y repartía felicidad.
Las campanadas
de la puerta del sol retransmitidas por televisión lo volvieron a su realidad,
la luz volvió, y ni rastro de la aparición, sobre la mesa un paquete envuelto
en papel de regalo, con una rosa roja encima, lo desembalo azarosamente en el
interior unas bragas rojas de la talla cuarenta y cuatro, sus lagrimas mojaron
la intima prenda, era la ropa interior de la exánime,
blonda, imprudente, la prenda que le regalo en el año quince, las hadas de la
navidad trajeron más que recuerdos le retrotrajeron por un momento a su
infancia, lloro y rió, y finalmente brindó al compás de las campanadas de la
puerta del sol, ya sabía que la pitusa blonda estaría con él siempre….
J.R.F.